El virus insaciable

Cultura

Lic. En Filosofía por la H. Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Estudiante de la Licenciatura en Matemáticas por la H. Facultad de Ciencias de la UNAM.

nemattzzi@hotmail.com

Leonardo Abigail
Castro Sánchez

OLIVIA KNAPP

Año n+1. De vez en eternidades, “el Observador” recapitulaba el ser de la existencia, tan sólo como un ejercicio de reflexión. Se adentrará en el ínfimo pero curioso caso de la especie autonombrada: humanidad.

En algún punto que equidista hacia todos lados, el Observador cavilaba. Una duda genuina y acosadora le agobiaba. El ruido armonioso de todo lo que es permea la existencia pero perturba la tranquilidad del espectador. Un destello de luz aún parpadea a lo lejos, allá a miles de millones de años luz. ¿Qué pasó con la humanidad?

El Observador: -Sonriendo y mirando hacia ese parpadeo de luz- ¡Oh sí, la humanidad! Tan aferrados al tiempo, y tan sólo duraron 140 100 años. ¡Ja! ¿Qué es el tiempo junto a lo eterno? A lo largo de todas mis observaciones realizadas, en cada una de ellas he mirado a tantas especies como objetos en el universo hay, pero para mí siempre habrá una que sobresale por encima de todas las demás.

Han resaltado, no por sus cualidades físicas, ni tampoco por sus capacidades cognoscitivas. Se percibieron tan racionales, que jamás se percatarán de lo irracional de la existencia. Mientras que todas las demás especies llegaban a un punto álgido de percibir y ser, notaban que el desaparecer o dejar de existir, era el sentido del existir. Llegar, brillar, pisar fuerte, y dejar paso a todo lo demás. Ese es el sentido.

Sin embargo, ellos no notaron lo anterior, tan curiosos son, que ellos mismos se extinguieron. Podría atreverme a decir que quizá lo que los describe son sus necesidades fisiológicas de autodestruirse, pero no eran los únicos con ese sentido de pertenencia. ¡No, no es eso! A pesar, y sí, muy a pesar de ellos, aunque conformados de materia y meta materia, no lograron nunca coordinar ni equilibrar su ser con su hacer y existir.

OLIVIA KNAPP

Se percibieron tan racionales, que jamás se percatarán de lo irracional de la existencia.

OLIVIA KNAPP

Se describían como seres cognoscentes, buscaban ser individuos autónomos, pero en su propio intento, notaban de la necesidad espinosa de vivir dentro de un conjunto. Su superioridad intelectual, los hacia más esclavos a sus pasiones, nublando su correlación en el ser y la existencia. Pero, ¿qué pasó con la humanidad?

¡Oh cierto! El virus les llegó. Ya habían sobrevivido a plagas, pandemias, catástrofes naturales, depresiones, guerras, ideologías, culturas y religiones, pero, sí, un simple virus los mató. Uno que sólo debía pasar, diezmar y reiniciar, pero no, me tocó observar cómo el virus con ayuda de los propios humanos aniquiló a toda la especie. Pero, ¿cómo sucedió?

Entre ellos surgió el rumor, la verdad, el miedo, la ideología, el control, el terror, la realidad, el mito, y la mentira. Comenzó el aniquilamiento, iniciaron los saqueos, los confinamientos, los miramientos extraños y confusos. Su gran casa de por sí ya estaba en peligro, ahora, se vio más dañada. Para algunos el virus fue real, para otros el terror los dividió, pero lo que sí es cierto, es que ellos mismos se extinguieron.

¡Sí! Eran medidas básicas las que debían seguir para evitar un bicho que sólo pasaba a zumbar el oído y desaparecer para siempre. Pero no, el humano se creyó único. No confiaba en sus líderes, ni en sus portavoces. Tanta información desinformó, tantas opiniones ensordecieron la razón.

Cómo es posible que ellos mismos habían convenido durante toda su Historia que no eran nada por sí solos, debían vivir en sociedad o en comunas, por más que detestasen exactamente eso mismo, la comunidad. Se dicen seres sociales, pero en conjunción son imbéciles y son poco o nada de lo que se jactan ser.

Viven y dependen de la habilidad del otro, y ese otro de la habilidad de aquel. Se saben inútiles por posibilidad de tiempo y espacio de poder hacer y dedicarse a todos los quehaceres que el humano puede llegar a ser. Siendo que cada uno se especializa en algo o se dice diestro en un hacer, sirviéndose de cada uno, y a eso, llaman progreso. Pero ni su progreso los logró salvarse ni ayudarse, no confiaron ni en ellos mismos.

De todos los seres existentes, sólo el hombre esclaviza al hombre, no por necesidad, sino por gusto, y el hombre por sí mismo cede su libertad y se encadena al placer de obtener capital para obtener según él, acceso a sus necesidades básicas.

Por encima de todos esos quehaceres de tales agentes, sobresalta a la vista y a la curiosidad el que se dice él cognoscente. El dubitativo, el racional, el inquisidor del conocimiento, el meta hacedor, el iluminado, el otro, ese que hasta es extraño entre los suyos. Su función o quehacer de pensar y repensar su entorno y el haber es obsoleto y nulo. Lo consideran inútil, inservible. ¡Un leproso rogando por un beso!

Ese que se dice no poseer el saber, aunque ese es su objetivo, ese ama el conocer, aunque no conoce nada. Ese, falló. No ayudó a sus otros, y los otros no lo escucharon. Su voz retumbó en oídos de sordos, sus huellas fueron borradas por el desdén del placer arbitrario. Los otros se sentían únicos, no escucharon las llamadas de atención de esos que pensaban el entorno, de esos que buscaban prevenir el final.

Aquel les presentó la mariposa que tanto buscaban atrapar con sus manos. No la contemplaron. Se les entregó el saber y el conocer, pero ni siquiera la dejaron ir, la aplastaron entre sus manos, la estrujaron, aniquilaron la belleza del saber, y miraron destrozos, y concordaron que el saber y la verdad era esa mariposa derruida.

Pero, ¡claro!, he aquí la respuesta. El que sabe y conoce, busca mostrar y guiar; ese que desconoce e ignora, no se deja educar ni dirigir. Todos en conjunto necesitan ayuda, alguna solución. ¡Ciegos guiando cojos! No se escucharon entre ellos, los que hablan no levantaron la voz lo suficiente, aquellos que son escuchados mienten o no se dan a entender y, el que busca respuestas cree que cualquier solución es la correcta.

Sólo por un instante el Observador se inmuta. Un destelló surgió, sí, es una nueva conglomeración en el azar, la oportunidad para una especie, un devenir posible en lo infinito. El Observador retoma su pensamiento.

¡Sí! Un virus les aniquiló. Pero fue ese agente el representante de ellos mismos. ¿Qué pasaría si el virus, ese huésped extraño tomará conciencia de que al aniquilar su casa a su hospedero se aniquila a sí mismo? Es la euforia, la irracionalidad, la adrenalina la que nubla el accionar. Podría ese virus como el hombre generar una asociación con su casa, sin dañar o causar daño a su anfitrión, pero no. ¡Insisto! Sordos, ciegos, cojos, mudos, incrédulos, creyentes de fe, fanáticos, todos ellos entre sí, jamás se ayudaron.

OLIVIA KNAPP

¡Sí! Un virus les aniquiló. Pero fue ese agente el representante de ellos mismos.

OLIVIA KNAPP

A esa especie, no la llamaría humanidad. Aunque a pesar de ellos esclavizarse, generar guerras, terror, maldad, asesinatos, violaciones, irrupciones a sus libertades; han generado música, arte, danza, teatro, arquitectura, han imitado fehacientemente el quehacer de la Naturaleza. Son una gran parte irracional, y tienen pequeños destellos de luz, pero nunca tan suficientes para guiar un camino verdadero. A todos ellos, los nombro yo: los insaciables.

Tienen todas las capacidades físicas y anímicas para ser y hacer, y se obstinan en conocer y descubrir, en oprimir y esclavizarse ante otros y a los placeres insulsos, se obsesionan con absurdos y miserias. Son buscadores de sueños, porque no pueden ni generar uno propio. Consumen su tiempo de existencia en creer que necesitan ser felices; en que deben responder a los problemas que sólo ellos se han inventado.

No entienden que todo lo que existe es, será y ha sido, no necesita ser resuelto, descubierto o explicado. Quizá ellos entiendan que un pestañeo suyo, es lo que significa la existencia para todo lo que es.

Se presenta la insaciabilidad como una cualidad intrínseca del sujeto cognoscente y sensible. Aun cuando diversas especies símiles a ellos, presentan cuasi igual la anatomía de estos; son ellos, los insaciables quienes se diferencian por armar paradigmas mágicos e innecesarios, obtusos, y banales, extrapolándolos en sentidos magnánimos en algo que es inexistencia y sólo ilusorio.

Se postran convencidos en busca del amanecer, de la luz del saber, cuando ella misma llegará a ellos. Energía y azar se presentan ante ellos, y no saben otra cosa más que enloquecer y transformar a la nada en un todo. Maravillados, desean el vaso no sólo vació, sino que sin fondo, ese contenedor que no retiene nada. Buscan captar todo el mar en su diminuta área, pero no conservan ni una sola gota; pero aun así se sienten capaces.

Se presenta la insaciabilidad como una cualidad intrínseca del sujeto cognoscente y sensible.

El insaciable es la única especie que no se sacia de alimentarse de las demás especies, sino que mata a sus cercanos, a los suyos, algunos por placer, otros justifican que por necesidad, y los demás -en su mayoría- se saben seres potenciales de su insaciabilidad.

Se conoce sediento siempre, jamás saciará su sed, lo suyo es la insatisfacción, el vació, la incontención, la fugaz saciedad, la inminente falta. Ahora bebe, duerme, excreta, pisotea, copula, se maravilla, ríe, pero ipso facto -al instante- se vacía, y desea más y más. Se sabe acumulador insaciable, quizá de objetos, pero también de momentos o experiencias, sin saber que no hay borde para su existencia, ni sentido frenético.

Aun cuando el insaciable se conoce perfectamente, se engaña a sí mismo. Celestialmente sabe de su vació sustancial, espiritual y material, y aun así, busca llenarse. Sí, el insaciable es una contradicción, de suyo y para siempre.

Pero, si el humano o el insaciable tuviese otra oportunidad, no ante ese virus letal, sino ante sí mismo, que lograse verse como ese virus insaciable. ¿Cambiaría en algo? ¿O es que el hombre siempre y para siempre, sin importar de lo eterno, seguirá siendo siempre él mismo? ¡Quizá pueda el hombre si tomase consciencia!

¡Casi me ilusiono como ellos! Sólo por un instante tuve fe en algo ilusorio. ¿Qué pasó con la humanidad? Ellos mismos fueron y son su camino, cuerpo, guía y fin. Sí, los insaciables serán siempre humanos, o como debería llamárseles: virus insaciable.

El Observador sonríe, mira con detenimiento aquel destello. El sol de la vía láctea se ha extinguido, la luz intermitente denota algo que fue, y que nunca volverá a ser. La oportunidad de los humanos dejo de ser, la Existencia concluyó su estadía. Hay más que admirar y reflexionar. El Observador gira su ser y su contemplar hacia otro ínfimo punto. Los humanos no lograron cambiar ni modificar su ser, se extinguieron en el olvido y en su podredumbre sin trascendencia, siendo para toda la eternidad, como la especie más curiosa e insaciable entre todo lo que es.

OLIVIA KNAPP