Reflexiones sobre el
aprender a aprender

A N T E   L A   C O V I D – 1 9 : TLR I I D

Lenguaje y Comunicación

Mariana
Mercenario
Ortega

Es profesora de carrera de tiempo completo “Titular A”, adscrita al Área de Talleres de Lenguaje y Comunicación, en el plantel Naucalpan del Colegio de Ciencias y Humanidades, donde labora desde hace más de 22 años. Su compromiso institucional, en cargos honoríficos, se muestra en su desempeño como miembro de: Comité Editorial, Comité de Biblioteca, Comisión Dictaminadora, Jurado en concursos de oposición, Jurado en el examen de ingreso, Jurado en comité de pares y en Docencia de Alta Calidad, así como responsable en cuatro proyectos INFOCAB con productos evaluados con destacada calidad en sus resultados. Por su trayectoria, recibió en 2012 la Presea Sor Juana Inés de la Cruz, por el CCH Naucalpan. En 2020 fue acreedora de la Cátedra Especial Maestra Rosario Castellanos para el Área de Talleres de Lenguaje y Comunicación.

mariana_mercenario@yahoo.com.mx

Este trabajo muestra una primera reflexión sobre lo que puede significar el regreso a una “nueva normalidad” en el nivel medio superior universitario, particularmente para el CCH como subsistema del bachillerato de la UNAM. El objetivo es proponer líneas de trabajo que no recaigan en una dinámica tradicional (expositiva-receptiva), aunque los medios empleados sean novedosos o innovadores, sino que se generen prácticas actualizadas y coherentes con las realidades de cómo se adquieren, socializan y comparten conocimientos entre integrantes de grupos de pares, por simpatía, convivencia y trabajo en común, a fin de garantizar el afianzamiento de aprendizajes entre los alumnos.

Cuando llegó la pandemia de COVID-19, yo estaba resguardada en casa por mi año sabático. Sentí alivio al saber que no tenía que encontrar respuestas apremiantes para atender a mis grupos. No obstante, la situación creó en mí una fuerte necesidad, no sólo de avanzar en los proyectos que ya había iniciado, sino de imaginar mi docencia a través de otros medios de enseñanza y verificación de aprendizajes para cuando regresara a dar clase en el ciclo escolar 2021-I y II.

Ejerciendo la autocrítica, me di cuenta de que tenía mucho terreno avanzado en los materiales impresos (juegos de fotocopias para diversas actividades, ejercicios y exámenes, revistas, y hasta varios ejemplares de libros que utilizábamos para las lecturas en clase). Como hasta ese momento, para mí lo más complicado era tener el material adecuado y suficiente para los grupos que atiendo, pensé que el mayor escollo ya lo había remediado. Sin embargo, todo lo anterior implicaba un posible riesgo de contagio, pues los materiales que tengo son para compartir, al menos entre grupos.

BRIAN WANGENHEIM

Ante esta nueva realidad generada por la pandemia, me sentí absolutamente desprotegida, con nada o casi nada en mi haber, como dirían los contadores. Sin tapabocas suficientes para mí (al menos, uno para cada día de los cinco de la semana laboral), sin careta pues es difícil no sacar gotitas en aerosol cuando se tiene que hablar clara y fuertemente para ser escuchada por un grupo de cincuenta alumnos, o bien, cómo hacerme escuchar con tapabocas y careta en el salón o en algún espacio exterior.

Aunque pensé en mis futuros alumnos del 2021, sobre todo me preocuparon mis colegas con menos experiencia y que atienden más grupos. Me planteé: ¿Cómo crear, de unas semanas para otras, estrategias claras, sencillas y útiles, tener listos materiales breves, adecuados y de calidad para su integración a dichas estrategias?, ¿cómo aprender a hacer presentaciones y explicaciones breves, suficientes, precisas y atractivas para la generalidad de los alumnos?, ¿Cómo fomentar una autoevaluación efectiva, honesta y exitosa en los alumnos?

Estoy segura de que para todo licenciado en determinada carrera adaptarse y comprender el Modelo de enseñanza-aprendizaje del CCH no es nada sencillo y, para dominarlo, sin

duda tendrán que pasar al menos una decena de años. Saber interpretar exacta o aproximadamente qué se pretende en cada uno de los propósitos y aprendizajes de un programa es algo complicado, porque quienes estructuran los programas suelen ser profesores expertos en la materia quienes hablan un código común basado en su experiencia, mientras quienes lo leen por primera vez, se les presenta como un galimatías al que hay que tratar de darle sentido desde la perspectiva y experiencia de un estudiante egresado de una licenciatura o de un profesionista que está acostumbrado a la jerarquía, la inflexibilidad laboral y la competencia.

Bien, pensemos que en el mejor de los casos y a lo largo de esos diez años, el egresado de la licenciatura o el ex profesionista, ha aprendido a: 1) interpretar el programa indicativo, 2) armar un plan de clase relativamente exitoso, 3) apropiarse de las técnicas básicas de estar ante un grupo de adolescentes, 4) asimilar en su práctica docente lo que es el aprender a aprender, el aprender a hacer y el aprender a ser, 5) empezar a experimentar estrategias propias y evaluar sus resultados, 6) crear materiales útiles y adecuados para las estrategias de las sesiones, 7) mirar con visión crítica los programas del plan de estudio actualizado.

Ante esta nueva realidad generada por la pandemia, me sentí absolutamente desprotegida, con nada o casi nada en mi haber, como dirían los contadores.

Pues bien, ante la pandemia ahora, este docente tiene que aprender a producir, con base en nuevos formatos: aplicaciones, softwares, utilidades, herramientas y un sinnúmero de posibilidades cuyo impacto no siempre alcanza a reproducir con fidelidad lo que ocurre en la intervención con sus alumnos de manera cotidiana y común en el salón de clase. Indudablemente, muchos profesores nos reconocimos como analfabetas tecnológicos.

Es claro que la labor es harto complicada, pues si existían buenos profesores que confiaban en sus métodos y caminos de enseñanza presencial, hoy, frente a las necesidades generadas por la pandemia, no es extraño que ahora se sientan totalmente excluidos, cansados y, por qué no, hasta temerosos y expuestos en peligro por su salud y su vida.

Evidentemente lo que pasó, en las primeras semanas de clase a distancia (desde marzo y hasta junio), según he podido constatar con mi hija adolescente, fue la tendencia del profesorado a dejar actividades excesivas (investiga, haz, elabora, dibuja, diseña) en cada “clase”; sin explicación, sin problematización, sin ejemplificación, en fin, sin modelo, ni ensayo. Me recordó el juego con canto infantil de “la papa caliente” en el que cada jugador procura pasar lo más rápidamente a otro el problema y quien pierde es quien cayó en posesión de la pelota (la papa), sin responsabilidad alguna, salvo la “mala” suerte.

El error consistió en esas primeras pero urgentes maneras de atender a los requerimientos del programa, como al avance en los aprendizajes con los alumnos –desde mi punto de vista–, en que el docente pretendió cubrir el aprendizaje con el producto

del alumnado; es decir, si el alumno hace, aprende; lo cual no es del todo cierto porque todo aprendizaje debe pasar por diferentes etapas: identificación o reconocimiento, observación o aplicación, cuestionamiento y resolución de problemas, ejercitación en al menos tres objetos diversos, retroalimentación y ejercitación final, examinación y evaluación (para avanzar y para regresar a puntos de conflicto).

Así, si cada clase se convertía en una simple tarea, a las dos semanas, los alumnos terminaban exhaustos, aquellos que eran cumplidos dejaron de serlo y los flojos, bueno, no entregaban nada.

En suma, dejar tareas o actividades por cada sesión de clase, con un número excesivo de documentos a leer o analizar, no contribuye a la enseñanza y sí hace odiar el aprendizaje, principalmente porque el alumno no tiene otros medios para equilibrar el estrés que ya de por sí vive en un confinamiento absoluto (como en las semanas de marzo a junio), o relativo (como probablemente ocurra el siguiente ciclo escolar 2021).

Con la pandemia de la COVID-19 , el Modelo educativo del Colegio vivió una primera prueba de fuego, donde muchos docentes regresaron a los roles tradicionales, con el docente siendo el expositor, creador y evaluador absoluto, y el alumno como un receptor pasivo, escucha, reproductor y acreditador acrítico de su propio aprendizaje. ¿Cómo evadir lo acartonado de las clases a distancia, donde la función de los roles es tan fría?, ¿cómo revivir el espacio de interacción constante, participativo, creativo e, incluso, intrusivo de malentendidos, chistes y peripecias, que aderezaban los intercambios grupales en nuestras aulas?, ¿cómo habilitar e incentivar conductas

REYNA I. VALENCIA

entre pares, sinceras, constructivas, al mismo tiempo que atractivas y divertidas para los estudiantes? Comprenderemos entonces que la escuela no es sólo enseñanza y aprendizaje, sino también socialización, intercambio crítico, espontáneo y hasta cómico entre pares. En contraparte, también deberemos encontrar espacios de socialización con los colegas, donde podamos expresarnos libremente sobre el día a día o para compartir experiencias unas veces exitosas y otras no recomendables, pero que enriquecerán nuestra didáctica. Es importante conservar esos espacios sociales, de alumnos, de profesores y de funcionarios, pues de otra manera, estos nuevos medios de comunicación académica serán operativos, sólo durante tiempos emergentes, pero jamás lograrán trascender para un bien común.

Lo que esta “nueva normalidad” exige a los docentes, no es sólo cómo hacer llegar a los alumnos los aprendizajes indicativos de la asignatura o de la materia, porque aprender en soledad, no es grato ni conveniente para una sociedad sana (Loughlin, C. E. y Suina, J. H., 1995: 30-35), por lo que la escuela y sus espacios virtuales o a distancias deben mantenerse como un centro de crecimiento social para todos los participantes.

El Modelo Educativo permanecerá vivo si los docentes seguimos cuestionando qué aprenden nuestros alumnos, cómo lo que aprendieron les cambió, aunque sea un poquito, la vida; cómo se modificaron sus criterios, cómo desarrollaron mejores ideas, cómo tomaron la voz para exponer, cómo respondieron ante críticas con razonamientos inteligentes y no con adulaciones, insultos, fanatismos ni odios, como ha ocurrido en la mayoría de las redes sociales.

Con o sin pandemia, he comprendido que el trabajo del docente sigue situado en generar aprendizajes significativos, importantes y útiles para los alumnos como seres sociales en crecimiento, para lo cual nuestras dinámicas y disposición de materiales requerirán sufrir cambios para ser más estratégicos, eficaces y disponibles en línea o a distancia.

Indudablemente, lo anterior no debe significar desatender, por ejemplo, a los tiempos de interacción en pequeños equipos con un responsable, a hacer lo posible por integrar equipos equitativos y colaborativos, o a propiciar espacios para que los alumnos expongan sus ideas, debatan y muestren sus resultados de proyectos o investigaciones. Recordemos que las herramientas tecnológicas no deben distraernos de nuestros fines esenciales, es decir, que el alumno-usuario forme su propia interpretación, crezca en sus criterios, lea y escriba en un vínculo de sentido con sus propias experiencias y saberes.

Un dicho popular dice “el que es perico donde quiera es verde”. Más allá de lo que de cuestionable pudiera tener la frase por la CONABIO, su sentido es impulsarnos a vindicar nuestros logros didácticos, a tomar con sensatez, medida y comprensión las nuevas plataformas para enseñar y aprender, sin miedo ni inseguridades. Reaprenderemos de nuestros colegas y alumnos, al mismo tiempo que ellos también aprenderán de nuestra experiencia y sincera vocación.

Fuentes de consulta

  1. Arjona Muñoz, J.A. & Cebrián de la Serna, M. (2012). “Expectativas y satisfacción de usuarios en cursos on line. Estudio del caso: experto en entornos virtuales de formación”, en: Revista Píxel-Bit. Revista de Medios y Educación, 41, 93-107. Recuperado de http://acdc.sav.us.es/pixelbit/images/stories/p41/07.pdf
  2. Loughlin, C. E. y Suina, J. H. (1995). El ambiente de aprendizaje: Diseño y organización. Madrid: Morata.
  3. Vidal A. y Camarena, B. (2014). “Retos y posibilidades de los cursos en línea, a partir de una experiencia concreta”, en: Revista Píxel-Bit. Revista de Medios y Educación. Nº 44. Enero 2014. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.12795/pixelbit.2014.i44.02