Reaprender a aprender,
reaprender a hacer

Y  R E A P R E N D E R  A  S E R .  L O S  N U E V O S  R E T O S
D O C E N T E S  E N  T I E M P O S  D E  P A N D E M I A

Historia

Manuel Alejandro Magadán Revelo

Licenciado en Filosofía y Maestro en Docencia para la Educación Media Superior (MADEMS) Filosofía. Acreedor a la medalla al mérito universitario “Alfonso Caso” en los estudios de posgrado. Docente de la asignatura de Filosofía I y II en la Escuela Nacional Colegio de Ciencias y Humanidades y de la asignatura de Práctica Docente en MADEMS (Filosofía). Antigüedad docente de seis años.
alexmagadan@hotmail.com

En la actualidad, es difícil –si no imposible– rastrear a los docentes del Colegio de Ciencias y Humanidades que carezcan de la erudición necesaria o del dato memorístico para mencionar los fundamentos pedagógicos y filosóficos que sostienen nuestro Modelo Educativo desde la aparición de la Gaceta Amarilla, el 1 de febrero de 1971.

Así, el texto fundacional de nuestro Colegio cimentó tres ejes que conviene desempolvar, en el supuesto de que se encuentren resguardados –o rezagados– en el baúl más oculto de nuestros intelectos: a) una crítica férrea al aprendizaje enciclopédico como paradigma educativo dominante de aquella época, trascendiendo a un modelo que privilegia la experiencia y vivencia de los estudiantes y, por qué no decirlo, de los docentes; b) la puesta en marcha de un plan de estudios que se centra en la actividad de los agentes educativos bajo la directriz del aprender a aprender; c) el perfil antropológico del docente como un orientador en la enseñanza, convirtiéndolo en una figura, guía y compañero de aprendizaje de los estudiantes (Gaceta UNAM, 1971, 1º de febrero: 7).

Estos principios, resonaron en nuestras mentes año tras año, durante los diferentes cursos, talleres y diplomados por los que atravesamos en nuestra formación docente. Encarnándose tan profundamente como para generar un símbolo de identidad ante nuestro posicionamiento educativo… o al menos eso creímos, pues la marca, que muchos profesores llegamos a portar en la frente, con tanto orgullo, cayó en el más triste y gris de los olvidos, de la misma manera en la que la más viva de las heridas se convierte, con el tiempo, en una ignorada cicatriz. Al menos así se reveló a principios del inefable año 2020, momento que, entre otras crisis, nos vimos sacudidos de nuestro conforte y llevados a cuestionarnos, nuevamente, ¿quiénes somos y de qué estamos hechos en

JULIAN AME

nuestro Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH)? Labor no de poca importancia, pues sólo reconociéndonos tendremos las fuerzas para redirigir el timón y navegar hacia delante.

Así, esta vez no hablaremos de ellos –de los estudiantes– sino de nosotros; no enunciaremos los principios ni las características más propias del CCH para tener claro cuál es el ser humano que queremos producir, sino de qué manera nos debimos formar y consolidar en nuestra trayectoria docente para ser capaces de enfrentar las vicisitudes actuales y, evidentemente, las venideras; por ello, previo a indagar en torno a lo que somos y hacia donde vamos, es conveniente recapitular, con mayor amplitud, quiénes fuimos y de dónde venimos.

Cualquier docente que realice su labor dentro de los muros de nuestro Colegio debe tener por sabido que el paradigma fundamental en el que se desenvuelve el Modelo Educativo reposa en los principios del: aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser. Todos ellos conceptos multidimensionales que nos permiten construir un estudiante autogestivo, autocrítico y autorreflexivo, capaz de moldearse y formarse así mismo

como un ser autónomo, de propia personalidad, y con la capacidad de intervenir activa y responsablemente en la mejora de su entorno.

De esta manera, el docente del CCH pretende formar estudiantes capaces de regular sus procesos de aprendizaje, dotarle de las habilidades y procedimientos necesarios, desde la posibilidad de expresar una idea hasta el perfeccionamiento de uso de cualquier dispositivo tecnológico, para conseguir sus propósitos; esto, además de educarlo en valores para buscar el bienestar, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Inculcar estos principios en los estudiantes permite que éstos gestionen y dominen los procesos metacognitivos que les permiten apropiarse comprensivamente no sólo de los conocimientos, sino de las diversas metodologías necesarias para tener consciencia de sus propios mecanismos para pensar y aprender. Materializando aquello que abordaba Gaos desde la década de los sesenta –del siglo pasado–: para educar no se debe llenar al estudiante de información, pues esta no tiene, por esencia, límites; sino que en la educación es primordial el dotarlo de aquello que le permita dar forma

a lo informe: un método. (Gaos, 2000). Y ¿qué mejor que un método para formar a otro método?

Sin embargo, existe una condición de posibilidad para cumplir el propósito para lograr consolidar el trabajo de los profesores en el CCH; un requisito tan obvio que, desgraciadamente, ha caído en el olvido: los mismos docentes deben ser, poseer, practicar, encarnar y representar este modelo; pues no sólo deben ser los transmisores del método que permitirán aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser a los estudiantes: los docentes deben ser el método o, lo que es lo mismo, deben saber aprender, saber hacer y saber ser.

Así, ya lo decía el filósofo de Estagira: en general, el ser capaz de enseñar es una señal distintiva del que sabe frente al que no sabe, por lo cual pensamos que el arte es más ciencia que la experiencia: (los que poseen aquél) son capaces, mientras que los otros no son capaces de enseñar. (Aristóteles, 2003: 73); es decir, sólo aquel que tiene un conocimiento es capaz de enseñarlo. Por consecuencia, debemos reconocer que, si queremos enseñar a aprender, a hacer y a ser al otro, nosotros mismos debemos saber cómo se aprende, se hace y se es: Transmitir el método implica conocer el método.

Esta exigencia, por demás, no es ni remotamente descabellada, por el contrario; desde el ingreso a la institución se pide al aspirante cubrir un perfil docente específico, se nos induce al Modelo Educativo del Colegio y se nos exhorta a continuar, permanentemente, nuestro proceso de formación. Así lo atestiguan mecanismos como el Programa Integral de Formación Docente en los diversos ejes transversales para nuestra profesionalización, mismos que van desde la comprensión del Modelo Educativo, los planes de estudio, la actualización pedagógica y disciplinar, hasta el trabajo socio-cultural, cognitivo, emocional y afectivo, sin olvidar el aprendizaje uso y dominio de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (CCH, 2019); todo ello

para poder estar a la altura de cualquier problema que acontezca en nuestro entorno, ya sea local, nacional o internacional. Sin embargo, nuevamente el discurso se queda limitado ante la realidad.

En efecto, en nuestras labores cotidianas ya no nos es extraño ni ajeno el escuchar consignas que enuncian la voracidad de algunos docentes, su falta de tacto o empatía, abusos actitudinales o falta de rigor en su labor académica –desde las afamadas obras de teatro hasta el evidente desinterés al enseñar la asignatura–; estos señalamientos se pueden confrontar de viva voz, en las pláticas entre pasillos o conversaciones de redes sociales, en el acercamiento tutorial o, como en la actualidad lo hemos padecido, en movimientos estudiantiles y protestas que derivan en cierres de los planteles.

Tampoco se quiere llegar al extremo de aseverar que la mayor parte de la planta docente incurre en este tipo de agravios; antes bien, partimos del presupuesto de que la gran parte de docentes del CCH son figura y paradigma de pasión por su disciplina y vocación por la enseñanza, pero si aún fuera sólo uno el caso inverso, resultaría necesario alzar la voz.

Con todo ello, la aparente normalidad del Colegio seguía invariablemente su curso. La educación marchaba y ya sea positiva o negativamente, alumnos y docentes asumían su rol, adecuándose, formando o deformándose, según fuera el caso, los unos a los otros, imprimiendo en las huellas del estudiantado ese amor, identidad y pertenencia que sigue emanando, aún, de nuestros egresados. En ese sentido, a la pregunta: ¿quiénes somos? Solían venir respuestas del tipo: docentes formados integralmente, comprometidos con la enseñanza activa del estudiante, empáticos y afectivos, en permanente reparación didáctica-disciplinar y a la vanguardia en las TICS. El profesor del CCH como un método, una figura a seguir para enseñar al otro a aprender.

Los docentes deben ser el método o, lo que es lo mismo, deben saber aprender, saber hacer y saber ser.

No obstante, la vida en la cual nos desenvolvíamos se vio alterada y complejizada a raíz de la pandemia de COVID-19 que azota al mundo desde finales del año 2019; tambaleando a cotidianidad mexicana desde los últimos días de febrero de este 2020 con los tres primeros brotes de dicha enfermedad (Baeza, 2020). Pero ¿hay vínculo y efectos determinantes de esta pandemia con nuestra actividad dentro y fuera del Colegio? Sí, lo hay. Y sus revelaciones y consecuencias fueron más contundentes de lo que muchos de nosotros imaginamos.

Con la llegada de la COVID-19, el Gobierno Federal dio instrucción de suspender todo tipo de labores, manteniendo una contingencia sanitaria, de la cual la Universidad Nacional no quedó exenta. Las labores académicas presenciales en todos los niveles educativos fueron suspendidas para evitar poner en riesgo la salud e integridad de los académicos, estudiantes, investigadores y trabajadores, lo que obligó a la comunidad al trabajo en línea y a distancia a través de todo tipo de plataformas a nuestro alcance –Zoom, Teams, Classroom, etcétera–; demostrando lo endeble de la práctica educativa en el Colegio de buena parte de los docentes, incluso de los más comprometidos con el estudiantado.

En este sentido, el arribo de la pandemia puso al descubierto ciertas problemáticas o acrecentaron las ya presentes, mismas que serán someramente enunciadas para facilitar su tratamiento:

a. El incremento de la apatía a los estudiantes, propia de la falta de vocación de algunos docentes. En múltiples foros y grupos, tanto de profesores como de estudiantes, era recurrente el leer el rechazo de los docentes a los “estudiantes” que no loggeaban a las sesiones. Sin importar las razones que se tuvieran para ello. A su vez, más de una ocasión se leyeron comentarios del tipo: “si no trabajaban presencialmente, no tienen por que aspirar a una nota más alta en las actividades en línea”.

b. Falta de empatía a los estudiantes. En una de diversidad ocasiones, se confundió al “buen docente” con el individuo que, indiscriminadamente, deja tareas, ensayos, problemas y actividades, haciendo caso omiso a los problemas reales de los estudiantes, tales como la pérdida de empleos de los soportes del hogar, contagio por COVID-19 en la misma familia o,

simplemente, porque, en el seno familiar de los estudiantes, no se tienen los recursos económicos necesarios para proveer de computadora e internet adecuado en el hogar. A su vez, pocas veces se consideró el ambiente de ansiedad y depresión que aquejaba a los estudiantes. Sin importar el caso, el buen docente era objetivo y debía evaluar.

c. La desaparición del docente o su analfabetismo tecnológico. Desde profesores que jamás lograron mantener contacto con los estudiantes, hasta aquellos que no contaban con los conocimientos necesarios para hacer uso de las distintas plataformas y aplicaciones para el trabajo con ellos; la pandemia evidenció en numerosas ocasiones la precaria capacidad de respuesta de los docentes para romper la dinámica en la que tantos años de formación presencial nos habíamos anquilosado. Sin importar el grado de compromiso ni la vocación en nuestra actividad, muchos de nosotros nos vimos superados por las demandas extraordinarias de la situación en curso.

d. La dificultad de la educación afectiva y emocional a distancia. El propio Gadamer señalaba que la ausencia de diálogo era uno de los impedimentos para la auténtica formación, misma que se miraba incrementada a merced de la proliferación de los dispositivos tecnológicos que nos alejaban, ontológicamente, los unos de los otros. La tecnología continuó su marcha, y muchos considerábamos que, al menos en el aula, se daba un verdadero diálogo; no obstante, el panorama se trastocó al percatarnos que no se disponían las condiciones para el trabajo dentro del aula: habría diálogo a distancia o, sencillamente, no habría. La pregunta por el cómo lograrlo se nos hizo obligada.

Estos problemas, entre otros que cada docente y estudiante, por experiencia propia puede nombrar; nos orillaron a reconocer que muchos de nosotros olvidamos los principios fundamentales y fundacionales del Colegio:

  1. Aprender a aprender: pues no estuvimos a la altura de los tiempos para apropiarnos, con nuestros mismos esfuerzos, métodos y mecanismos, para obtener los conocimientos necesarios que nos auxiliaran a sortear positivamente la actual coyuntura.
  2. Aprender a hacer: existieron tantas críticas al uso de las redes sociales, al desmesurado tiempo invertido por los estudiantes en el mundo digital y tantas negaciones a que las nuevas tecnologías ingresaran al ámbito educativo, que cuando se nos obligó a transitar en ellas, estas simplemente nos dieron la espalda; y no, enviar archivos PDF para su resolución y evaluación no da muestra de conocer, mucho menos de dominar, estas nuevas tecnologías.
  3. Aprender a ser: la intolerancia se volvió estandarte; poca credibilidad ante los problemas de la comunidad estudiantil, poco apoyo referente a las evaluaciones –pues consideramos a priori que los jóvenes deben trabajar igual o mejor a distancia, ya que ellos sí dominan las herramientas, ya que ahora tienen todo el tiempo libre–, clases de recuperación de semestre que iban de las dos hasta las cuatro horas al día. Incluso, profesores que solicitaban envío por paquetería terrestre de los libros y productos de evaluación. La situación se volvió insufrible.

De esta manera, si corresponde enunciar quiénes queremos ser y qué pretendemos producir con nuestros estudiantes, tal vez nos corresponda volver a llevar a la praxis aquellos principios que nos construyeron, requiriendo que nos formemos, nuevamente, en lo cognitivo, procedimental y, particularmente, actitudinal;

MARIANA GARCÍA ACOSTA

de manera que podamos mostrarnos no sólo como los especialistas en docencia y en pedagogía, sino capaces de lidiar con nuestros congéneres de manera afectiva y empática en tanto que seres humanos integrales, lo cual debe ser el mínimo indispensable que debe caracterizar a cualquier individuo que se precie de ser docente. Así, tal vez lo que nos corresponda, entonces, es asimilarnos y configurarnos como método racional y emocional, dispuesto a enseñar formativamente a nuestros estudiantes, a través del propio ejemplo.

En síntesis, estos crudos y duros tiempos de pandemia nos han permitido reflexionar sobre los nuevos retos que enfrenta la docencia; los cuales, aparentemente, no gozan de ninguna novedad, sino que estuvieron, están y estarán presentes en la vida académica del Colegio. Si logramos ser representantes de estos principios, si realmente somos capaces de aprender a aprender, hacer y, fundamentalmente, ser, tendremos el avance necesario para volver significativa la enseñanza, a través de cimentar un vínculo de experiencias entre los agentes educativos.

WINDOWS

El resto: estrategias, técnicas, uso de dispositivos informáticos y conocimiento de aplicaciones o programas es venidero. Sin ningún afán de demeritar, reconocemos estos recursos como meros medios y herramientas a nuestro alcance para lograr los propósitos educativos, ya sea a distancia o presencialmente. Para conocerlos y dominarlos contamos con cursos, diplomados, maestrías, especialidades y talleres; pero si somos tanto incapaces de encarnar los principios del Colegio, como de reconocer a nuestros estudiantes como seres humanos íntegros y complejos, entonces, la batalla formativa, nuestra acción educativa, será inútil y perdida; sin importar si atravesamos la más terrible de las pandemias, la más mortífera de las guerras o la más apacible normalidad.

Fuentes de consulta
  1. Aristóteles (2003). Metafísica, Madrid, Editorial Gredos.
  2. Baeza, Manuel, (2020). “Y apenas van seis meses”, en Milenio, 1 de Julio del 2020, México.
  3. CCH (2019). Modelo Educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades, México: UNAM, CCH
  4. CCH (2019). Programa Integral de Formación Docente, México: UNAM, CCH.
  5. Gaceta UNAM (1971). Gaceta UNAM del 1 de febrero de 1971, tercera época vol. III (número extraordinario) “Se crea el Colegio de Ciencias y Humanidades”.
  6. Gadamer H. G. (2000). Educación es educarse, Barcelona: Paidós.
  7. Gaos, José, (2000). Obras Completas XVI. La filosofía en la Universidad, México: UNAM.