La pesadilla que se
llevó mi graduación

Cultura

Cursó la Maestría en Estudios México Estados Unidos, FES Acatlán–UNAM y la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Universidad Anáhuac. Ha cursado diversos diplomados. Trabaja como periodista de investigación para diarios: Uno más Uno, Monitor y Milenio y revistas especializadas CNN Expansión. Reportera, editora y corresponsal Edimedios Colombia. Jefa de Área Comunicación-CCH Naucalpan.

anvaldes@gmail.com

Ana Lydia Valdés

CRÉDITO ANA LYDIA VALDÉS MOEDANO

Mientras mi madre luchaba por seguir viva, yo me esforzaba para mantenerme sano y positivo…

Nadie imaginó que la pandemia del Coronavirus iba a durar tanto tiempo. Mucho menos las y los chicos que en la primavera del 2020 verían culminado su bachillerato. Los llamados ‘alumnos de la pandemia’ no pudieron gozar su graduación, no hubo abrazos, ni mariachis, sólo algunos videos de ‘gracias CCH’ que los nativos digitales subieron a las redes sociales para disfrute de sí mismos y sus compañeros de grupo. Uno de estos graduados virtuales fue mi alumno y aceptó revelar voluntariamente el acontecer de su confinamiento, pero a cambio pidió anonimato. “Lo que parecía ser un resguardo temporal cambió con el paso de los días y se convirtió en una pesadilla que se llevó mi graduación”, lamentó el chico, convencido de que no se trató de un simple resguardo, sino un confinamiento obligado para no morir, pero al principio nadie lo entendió…

En la mente de todos aquellos que cursaban el sexto semestre, siempre estuvo presente la idea de volver al CCH, aunque fuera por unas horas, con tal de despedirse del lugar que los acogió mientras pasaban por el difícil tránsito de la adolescencia. Pero tampoco se dio la oportunidad y el certificado llegaría a sus manos en versión digital una vez que la escuela reanudara labores. La pandemia también se llevó la ilusión de la foto de graduación. La foto era todo un ritual ya que implicaba guardar dinero para comprar un atuendo nuevo y lucir como nunca en la imagen congelada de la mejor época de la vida: la prepa. Fotos de generaciones pasadas así lo mostraron. El día de la graduación también había sido el sueño de familias enteras; el graduado sería el primero de una extensa parentela en culminar su Educación Media Superior.

En el confinamiento las emociones fluctuaron de modo intempestivo; hubo momentos de miedo, tristeza, preocupación, aburrimiento y creatividad y cada joven los experimentó de diferente manera. Nuestro entrevistado, como muchos de sus compañeros, se describió a sí mismo como una persona triste que volteaba hacia la ventana todo el tiempo en espera del menor pretexto para salir de casa. Como la gran mayoría, creyó en aquello de que -los menos vulnerables son los jóvenes- y sintió que su energía lo protegería de todo mal. Cuando se dio cuenta de la seriedad de la pandemia su mundo se vino abajo. Es aquí donde comienza la historia de aquel alumno que, con voz entrecortada me relató su tragedia.

Mi madre se contagió

Pasaron días del confinamiento, la verdad no supe cuántos, cuando un dolor de cabeza extremo invadió a mi madre y la tiró en cama. Se nos hizo algo normal ya que ella sufre dolores de cabeza muy seguido y dejamos que reposara un tiempo. Si bien el dolor disminuyó por unos cuantos días, cuando volvió a atacar a mi madre vino junto con un

Lo que parecía ser un resguardo temporal cambió con el paso de los días y se convirtió en una pesadilla...

ardor de garganta y temperaturas elevadas por encima de los 39 grados. Esto nos hizo dudar y la llevamos a un hospital particular por miedo a que se infectara en uno público. Por miedo, dijimos que sólo era una infección de garganta que se extendió al estómago y por eso el dolor en el vientre. Le recetaron antibiótico por unos cuantos días, pero éstos no dieron resultados y siguió igual. Decidimos ir a otro hospital y le dijimos al doctor que era una infección urinaria. Otra vez estábamos en un error. Al ver que la temperatura y el dolor en el pecho incrementaban, mi tía Leticia hermana de mi mamá decidió llevarla al hospital donde ella trabaja como enfermera; ahí la examinaron y le hicieron la prueba de Covid. Tres días después mi madre había empeorado. Ya no podía respirar y al moverse le atacaba una fuerte tos. Por teléfono le corroboran que había dado positivo a la prueba y tal y como nos dijeron, pedimos una ambulancia para trasladarla de urgencia a un hospital Covid. Casi no podía respirar. Al llegar la ambulancia los vecinos se asomaron y vieron salir a mi mamá en camilla. Murmuraban con cara de asombro. Días posteriores nadie nos hablaba y tampoco nos querían vender mercancía en tiendas cercanas.

Mi madre pasó cerca de 20 días en el hospital. En ese tiempo me levantaba temprano para hacer el desayuno de mis hermanas y mi abuelita. A ella la cambiaba y la sentaba en su silla de ruedas. Una vez hecho esto, iba al hospital por el informe de mi mamá y regresaba a hacer de comer,

ALIREZA PAKDEL

a hacer de comer, para volverme a ir por el reporte de la tarde. Mi vida se basaba en cuidar a las tres mujeres y mantenerlas en observación por si presentaban algún síntoma. Mis emociones iban y venían. Hubo días buenos para mi madre y por tanto para mí, pero había otros en donde las cosas no iban bien y en consecuencia conmigo tampoco. Mi madre estuvo enferma por tres semanas antes de llegar al hospital. Cuando llegó no le daban mucha esperanza de vida, sus pulmones estaban invadidos por una mucosidad que si no era extraída se podría cristalizar y ella podía dejar de respirar. Sufrió un infarto al segundo día de estar internada y a los ocho días tuvo que ser entubada ya que sus pulmones no presentaban mejora alguna. Mientras mi mamá luchaba por seguir viva, yo luchaba para mantenerme sano y positivo. Estuve tres días sin moverme del hospital porque mi mamá estaba en observación. Intentaba estar lejos de los demás para no contagiarme, pero el simple hecho de estar ahí fue algo impactante. En un solo día vi salir a 17 carrozas; estaba tenso, escuchaba el llanto de una persona o de familias enteras por la pérdida de un familiar y se respiraba mucho sufrimiento. Los días se hacían muy largos, hasta que una mañana mi madre empezó a mejorar. Fue con ayuda de cada doctor, de cada enfermero, pero sobre todo de nuestro Señor Jesucristo que mi mamá volvió a la vida. Lo vi cuando ella podía estar sin oxígeno por varias horas. Cuando por fin quedó fuera de peligro, los doctores la dieron de alta. El día que fui por ella hubo un pequeño pero horrible error. Una enfermera salió y me pidió el nombre de mi madre al cual yo respondí y me dio la noticia que había muerto. Cuando me lo dijo yo no lo creía, sentí un vacío por dentro. Esos segundos fueron eternos. Le dije que era un error que ella ya estaba dada de alta y sólo esperaba que saliera para irnos. ¿Qué pasó? Pregunté angustiado, mientras la enfermera revisaba su lista. ¿Es Amparo…? Si, respondí. ¡Ay perdón! Tenía mal el dato. Amparo, la suya, está bien. El susto vivió en mi cerebro durante muchos días, pero eso era lo de menos, lo realmente importante es que mi madre había logrado sobrevivir.

De regreso a casa, ella cumplió su cuarentena de manera estricta. Le daba de comer en platos desechables, tomaba su medicamento controlado y tenía oxigenación las 24 horas del día. Con esto fue mejorando hasta que pasado el tiempo pudo ayudarme a hacer la comida. Creíamos que ya todo había pasado y lo habíamos superado, cuando a mi abuela le empezaron a doler más los huesos y eso le complicaba su poca movilidad. El cinco de junio las llevé a revisión. Mientras mi mamá progresaba, la tos de mi abuelita se había convertido en neumonía como consecuencia del Covid, pero ella no lo sabía pues era asintomática. Estábamos muy preocupados por tratarse de una persona mayor, con sobrepeso, diabetes e hipertensión; sabíamos que podíamos perderla si empeoraba. Los doctores nos dijeron que había que internarla, pero decidimos cuidarla en casa con medicamento y oxígeno. Por el momento, se encuentra estable y esperamos que vaya evolucionando satisfactoriamente.

Una enfermera salió y me pidió el nombre de mi madre al cual yo respondí y me dio la noticia que había muerto ...

Dice Octavio Paz, en Apariciones y desapariciones de Remedios Varo que lo único real que se presenta en las pinturas de Varo es el lienzo, lo demás no son invenciones, sino recuerdos: “Raíces, follajes, rayos astrales, cabellos, pelos de la barba, espirales del sonido: hilos de muerte, hilos de vida, hilos de tiempo. La trama se teje y desteje: irreal lo que llamamos vida, irreal lo que llamamos muerte” (Paz, 1983).

Fernando Saldaña (2012) escribe que “la relación que existe entre la vida del artista y sus obras es una constante en la obra de Remedios Varo, de ahí que sea importante conocer, aunque sea de manera sucinta, el devenir histórico de la artista para apreciar y valorar su obra en su justa dimensión”.

La vida de Remedios Varo está marcada por los contratiempos de una Guerra Civil que provocarían su exilio a Francia, en donde encuentra su principal acercamiento con el movimiento surrealista, que determina, en gran medida, el estilo y carácter de sus obras. Ante la ocupación nazi en 1940, emigra a México, en donde continuría sus creaciones, hasta el fin de sus días.

Me imagino que esta notable inestabilidad marcarán el estilo artístico de esta pintora, que en una primera impresión imnotiza, tal vez, también atemoriza con sus personajes llenos de misticismo que nos miran fíjamente desde lo más profundo e íntimo que representan.

Sabemos que el estar lejos de las raíces muchas veces nos sumergen en una soledad interior, casi en total oscuridad, quizá por ello, su recurrente búsqueda del retorno en sus obras, o de la presencia de elementos de luminocidad que pudieran guiar ese regreso. Pensemos en la pintura “Papilla estelar”, cuyo elemento de luz lo encontramos en la luna, que es alimentada, además, por polvo de estrellas, otro elemento de irradiación.

TARAS ZALUZHNYI