La difícil tarea
de estar con uno mismo

Lenguaje y comunicación

Julia del Carmen Chávez Ortiz

Es Licenciada en Comunicación y Maestra en Docencia para la Educación Media Superior (Español), de la FES Acatlán, UNAM, Profesora de Asignatura Definitiva “B” en las asignaturas de TLRIID I a IV, del CCH, Plantel Naucalpan, de 2006 a la fecha.

julia.chavez@cch.unam.mx

Jorge Arturo Sánchez Jiménez

Es Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva, FES Acatlán, UNAM, Maestro en Literatura Mexicana por parte de la BUAP, y con estudios concluidos de Doctorado en Literatura Hispanoamericana en la misma institución. Es Profesor en las áreas de Comunicación y Humanidades en la Escuela Preparatoria Oficial 296 del Estado de México. Desde hace 13 años se dedica a la docencia.

kamaradasanchez@gmail.com

La cultura es básicamente el código de los buenos modales de la inteligencia.
Nicolás Gómez Dávila

A lo largo de nuestra historia, los seres humanos hemos experimentado grandes cambios culturales, sociales, económicos y políticos que nos han orillado a replantear nuestras relaciones personales y el lugar que ocupamos en el mundo. Como suele pasar con este tipo de fenómenos, la crisis actual que comienza a sentirse como consecuencia del paro de la producción y el consumo, ya ha sido bautizada, en esta ocasión, por el Fondo Monetario Internacional, como: El Gran Confinamiento. La pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad COVID-19, ha ocasionado una transformación nunca antes vista en el mundo, en todos los aspectos que involucra al ser humano. A raíz de esta pandemia, cada país tomó decisiones para evitar, en medida de lo posible, el aumento de contagios y muertes entre su población. Una de las decisiones gubernamentales fue el confinamiento, para algunos, de manera obligatoria, con estrictas medidas de distanciamiento social y multas para quiénes violaran las disposiciones oficiales, en otros países, como ocurre en México, el confinamiento y las medidas de distanciamiento social, han sido voluntarias. No es un secreto que los primeros en permanecer en casa ante la puesta en marcha de La Jornada Nacional

CHARLES DELUVIO

de Sana Distancia fuimos los profesores y estudiantes de todos los niveles educativos, esto trajo consigo la necesidad de solucionar nuevos retos educativos para todos los involucrados.

El antecedente inmediato que se tiene en México de una pandemia fue la ocurrida en los años 2009 y 2010 por el virus de la influenza H1N1. Existen pocos puntos de comparación porque en aquélla ocasión, desde el inicio se contaba con un medicamento para tratar efectivamente a los enfermos y una clara estrategia mundial de contención, lo que evitó que los contagios y las muertes llegaran a las cifras que vemos hoy día con el COVID-19, el aislamiento social fue muy breve y la normalidad regresó a nuestras vidas relativamente rápido. ¿Cómo pudimos modificar de un momento a otro nuestras actividades de enseñanza– aprendizaje?

¿Cómo logramos adaptarnos a las exigencias del medio? ¿Cuáles son los retos del docente en época de pandemia? Las respuestas a éstas y otras preguntas, quizá no puedan darse de inmediato, será necesario plantear líneas de investigación multidisciplinarias que ayuden a entender el fenómeno mundial que ha significado El Gran Confinamiento.

En este texto, queremos centrarnos únicamente en los retos emocionales a los que se enfrentan las y los docentes antes, durante y después de la pandemia de COVID-19.

Como profesores del Área de Humanidades de Educación Media Superior, tenemos un contacto más cercano con nuestro alumnado, a través de sus trabajos escolares y escritos personales conocemos sus inquietudes, sueños, alegrías y tristezas. Durante estos meses de aislamiento social y clases en línea, la relación con nuestros estudiantes se ha estrechado aún más. Hasta nosotros han llegado historias desgarradoras de alumnos fallecidos por COVID-19, de quienes perdieron familiares, amigos o maestros durante esta pandemia, de intentos de suicidio y de abusos al interior del núcleo familiar. Vivimos a la espera de que suene el teléfono o lleguen las notificaciones que anuncien una desgracia.

Vivir en estado de alerta constante tiene como consecuencia el desencadenamiento de un estrés laboral, definido por Leka Stavroula como: “la relación que puede tener el individuo ante exigencias y presiones laborales que no se ajustan a sus conocimientos y capacidades, y que ponen a prueba su

capacidad para afrontar la situación” (2004, p. 3) Al respecto, es pertinente recordar que en la década de los 70 fue acuñado el término burnout (en español el significado más cercano y preciso sería “quemado”) por el psicólogo Herbert Fraudenberg, el cual básicamente se refiere a la fatiga severa mental, física y emocional, consecuencia directa del trabajo constante y excesivo con terceros, es decir, profesiones u oficios que conlleven una entrega y dedicación sistemática para con los otros: médicos, policías, enfermeras, servidores públicos, entre otros. Y, por supuesto, los docentes.

Aunque el estrés puede producirse en situaciones laborales muy diversas, a menudo se agrava cuando el empleado siente que no recibe suficiente apoyo de sus superiores y cuando tiene un control limitado sobre su trabajo o la forma en la que puede hacer frente a las exigencias y presiones laborales. Durante esta pandemia, quienes laboramos en alguna institución educativa, hemos enfrentado exigencias nunca antes vistas.

El estrés laboral puede ocasionar en quien lo sufre, comportamientos disfuncionales y no habituales en el trabajo y contribuir a la mala salud física y mental del profesorado. “En casos extremos, el estrés prolongado puede originar problemas psicológicos y propiciar trastornos psiquiátricos que impidan volver a trabajar. Cuando el individuo está bajo estrés le resulta difícil mantener un equilibrio saludable entre la vida laboral y la vida no profesional; al mismo tiempo, puede abandonarse a actividades poco saludables como el consumo de alcohol, tabaco y drogas”. (Stravoula, 2004, p. 8) El estrés también puede afectar al sistema inmunitario, reduciendo la capacidad del organismo para luchar contra las infecciones.

Debido al estrés, la motivación y el rendimiento laboral, se ven mermados de manera significativa, lo cual influye directamente en la calidad del trabajo docente, que para muchos se ha traducido en agotamiento físico y ánimo sensible, que nos orillan a las emociones negativas del enojo, la frustración y sentimiento de fracaso. La falta de concentración, el desbordamiento de las demandas

didácticas y pedagógicas incluso, a la distancia, nos han rebasado; a todo lo anterior, tenemos que sumar el desgaste y dolor físico y emocional que ha implicado la duplicación, hasta triplicación del trabajo durante el confinamiento, a fin de concluir exitosamente el ciclo escolar que se vio interrumpido por el distanciamiento social. Después, tenemos que aumentar la incertidumbre laboral y económica que trae consigo el semáforo epidemiológico.

Aunque la formación académica a distancia o en línea no es algo nuevo, podemos decir que nos enfrentamos a escenarios prácticamente inéditos; para bien o para mal, la reconfiguración de la labor docente ha sido inevitable. No en balde, en cuanto el confinamiento prolongado se hizo una realidad oficial, empezaron a abundar en redes sociales los ya conocidos memes alusivos a profesores, alumnos, padres de familia: el exceso de trabajo(s), tareas, revisiones, complicaciones tecnológicas, la convivencia diaria en el encierro y todas las vicisitudes que esta pandemia nos ha traído, han sido motivo de burla y divertimiento; de algún modo, se tenía que hacer más llevadera la situación, complicada en demasía.

Ante el difícil panorama en el que nos encontramos actualmente, surge la necesidad de plantear la importancia de las competencias emocionales en la formación docente, ya que tradicionalmente, esa formación se encuentra centrada en la enseñanza de conocimientos y procesos específicos, pero no en competencias básicas personales e interpersonales que doten a los docentes de la autonomía necesaria para afrontar su propio aprendizaje permanente, resolver los problemas habituales de su profesión y lograr las metas educativas impuestas por la institución, a partir de lo anterior, es necesario recordar que ya existen planteamientos teóricos que sustentan la importancia de estos elementos.

Desde hace ya varios años, se habla de la Inteligencia Emocional, y poco a poco se ha ido creando mayor conciencia en la sociedad, acerca de la importancia que debemos de tener sobre las emociones, y el impacto que

éstas causan en nuestra manera de vivir y comportarnos. A partir de la crisis actual del Gran Confinamiento, la Inteligencia Emocional se ha convertido en una herramienta interna fundamental para vivir de una mejor manera. A pesar de las críticas, muchos conceptos se renovaron con el desarrollo de la psicología moderna durante el siglo XX, se sentaron las bases de una nueva aproximación a las emociones y el pensamiento, los psicólogos articularon definiciones más amplias de la inteligencia y nuevos enfoques de la relación entre los sentimientos y el pensamiento. En la década de los treinta, Robert Thorndik mencionó la posibilidad de que las personas pudieran tener una “inteligencia social”, habilidad para percibir el propio estado interno y el de los demás, motivaciones y conductas, y actuar de forma consecuente. En 1934 David Wechsler, cuyo nombre va asociado a dos conocidos tests de inteligencia, escribió sobre los aspectos no intelectuales de una persona que contribuyen a la inteligencia global.

En la década de los 80, Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, saltó a la fama al esbozar siete formas distintas de inteligencia en su libro Frames of Mind. Gardner propuso una inteligencia intrapersonal, muy similar al concepto actual de

inteligencia emocional. “El punto central”, escribió, “consiste en acceder a los propios sentimientos, al propio abanico de afectos o emociones; la capacidad de efectuar discriminaciones instantáneas entre estos sentimientos, y, finalmente, clasificarlos, estructurarlos en códigos simbólicos, utilizarlos como una herramienta para entender y guiar la conducta” (1994, p. 188)

Pero no fue hasta 1997 que los doctores John Mayer y Peter Salovey aportaron las bases para el estudio de la IE y la definieron como: “la capacidad para percibir, valorar y expresar las emociones con exactitud; la capacidad para acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la capacidad para entender la emoción y el conocimiento emocional; y la capacidad para regular las emociones y promover el crecimiento emocional e intelectual” (1997, p. 10).

Los autores plantean el modelo como un conjunto de habilidades que abarcan desde los procesos psicológicos más básicos (percepción de las emociones con exactitud) hasta los más complejos (regulación de las emociones y promoción del crecimiento emocional e intelectual). Así, se trata de un modelo jerárquico en el que son necesarias las

Vivir en estado de alerta constante tiene como consecuencia el desencadenamiento de un estrés laboral.

CAMILA PÉREZ

básicas para llegar a las más complejas. Desde el modelo teórico de Salovey y Mayer, la inteligencia emocional es concebida como una inteligencia genuina basada en el uso adaptativo de las emociones, de manera que el individuo pueda solucionar problemas y adaptarse de forma eficaz al medio que le rodea. Desde esta primera conceptualización los autores desarrollan su modelo teórico y lo publican en 1997, convirtiéndose en la teoría con mayor rigor científico hasta el momento.

Lo anterior creemos que está fuertemente ligado a otro concepto que nos parece clave1: cultura. Si el docente es una suerte de guía de niños-adolescentes-jóvenes (de acuerdo a la noción estrictamente etimológica de pedagogía), si somos más o menos congruentes con el espíritu humanista de nuestra Universidad y la enorme responsabilidad que implica estar al frente de una colectividad polifónica, ¿qué


  1. Y sin duda ha entrado en el abanico de términos y/o palabras que sin en estos momentos estamos replanteando ante esta situación de crisis pandémica: escuela, alumno, docente, educación, familia, hogar, entre otras.

entendemos por cultura? ¿Dónde y cómo estamos parados en cuanto a nuestra cultura? Mejor dicho: ¿Cómo es nuestra relación con la cultura? ¿Qué tiene que ver con las competencias emocionales y nuestra labor?

Por supuesto que este no es el lugar para enumerar la interminable sucesión de definiciones de cultura, si acaso podemos sujetarnos a una que no nos confunda con la idea que suele prevalecer y que ve en dicha palabra aquel bagaje inmenso de conocimientos acumulados sobre diversas áreas y disciplinas, nuestro capital cultural/simbólico (a la manera de Bourdieu) y, en resumidas cuentas, qué tanto sabemos acerca de todo lo que nos rodea, si suscribimos la noción de cultura como todo aquello que ha producido la humanidad a lo largo de su historia. Tal vez la concepción que más nos ayude sea la de Dietrich Schwanitz2: “La cultura es la familiaridad con los rasgos fundamentales de la historia de nuestra civilización, con las grandes teorías filosóficas y científicas, así como con el lenguaje y las obras más importantes del arte, la música y la literatura” (2002, p. 395). Cosa que no es poco.

Y la clave, lo que nos parece relevante como parte de la configuración de la inteligencia emocional y las competencias emocionales el mismo autor lo sugiere en una pregunta: “¿Qué aporta la cultura al conocimiento de nosotros mismos?” (p. 8). Más de lo que creemos. Es cierto: no por el hecho de saber por saber o saber mucho, en cantidades industriales, podemos afirmar que somos personas “cultas”, “con mucha cultura”, eso no nos serviría de mucho, sino en cómo interiorizamos y conectamos dichos saberes, toda esa información; a partir de ahí, qué podemos articular y vertebrar para nuestro ejercicio docente, pues la cultura y, sobre todo el arte, nos ayuda (como bien nos explicó Heidegger en su clásico librito Arte y poesía) a encontrarnos y comunicarnos con los otros y su existencia


  1. Profesor y escritor alem.n quien en 1999 publicó un libro que de inmediato acapar. la atención y fue un gran éxito de ventas por lo sugerente y provocador del título: La cultura. Todo lo que hay que saber. No está de más aclarar que el autor lo hizo (como el mismo lo aclara en las p.ginas iniciales) desde una perspectiva estrictamente europea: Europa como el gran relato fundacional de la civilización.
CARLOS MÁRQUEZ GONZÁLEZ

plena, pues en el arte se revela la verdad del ser, de nosotros como entes que estamos en este mundo.

La experiencia del arte, sin duda nos parece algo medular en la formación docente: es la posibilidad de salir de nuestro ámbito disciplinar, ampliar nuestra mirada, nuestro oído, todos nuestros sentidos, en suma, nuestra percepción de la otredad y, por ende, en el apuntalamiento de nuestra inteligencia emocional, en una adecuada articulación de las competencias emocionales para el trabajo diario con los alumnos, sobre todo ahora, con esta situación en la que nos encontramos y nos ha obligado a reformular mucho de lo que hacemos. Bien lo consideró el crítico y teórico Hans Robert Jauss: “Quien conceda a la estética sólo la función resignativa de mantener despierto el anhelo de una vida más feliz, ignora precisamente los beneficios genuinamente sociales logrados por la praxis estética” (2002, p. 56).

Consideramos que las emociones y las habilidades relacionadas con su manejo, afectan a los procesos de aprendizaje, a la salud mental y física, a la calidad de las relaciones sociales y al rendimiento académico y laboral. La docencia es catalogada como una de las profesiones más estresantes, sobre todo porque implica un trabajo diario basado en interacciones sociales, sean presenciales o remotas, en las que el docente debe hacer un gran esfuerzo para regular no sólo sus propias emociones, sino también las de sus estudiantes, padres, compañeros, entre otros.

Los resultados de diversas investigaciones a nivel mundial en torno a las emociones y la Inteligencia Emocional, permiten afirmar que las competencias emocionales son indispensables, ya que nos facilitan un adecuado ajuste personal, social, académico y laboral. El objetivo principal de este artículo ha sido llamar la atención sobre la necesidad urgente de incluir explícitamente la formación enfocada en la Inteligencia Emocional y la cultura, específicamente la

apreciación artística, dentro de los objetivos de cualquier programa de formación docente.

En conclusión, nuestro alumnado requiere no sólo de maestros y maestras con bases académicas sólidas, sino de personas emocionalmente sanas que sean capaces de conocer y controlar sus emociones, que puedan desempeñar la difícil tarea de estar consigo mismos. Estamos convencidos que la crisis actual ha puesto de manifiesto muchas carencias en el sistema educativo nacional, y creemos que el profesorado es la pieza clave para que este sistema funcione correctamente, si no enfocamos nuestros esfuerzos en una capacitación docente que nos proporcione herramientas para combatir individualmente el estrés laboral y las emociones negativas que éste genera, los procesos de aprendizaje se verán afectados incluso si volvemos a nuestra anhelada nueva o vieja normalidad.

Fuentes de consulta
  1. Gardner, Howard (1994). Estructuras de la mente. Teoría de las inteligencias Múltiples, México: Fondo de Cultura Económica.
  2. Heidegger, Martin (2002). Arte y poesía, M.xico: Fondo de Cultura Económica.
  3. Jauss, Hans Robert (2002). Pequeña apología de la experiencia estética, Barcelona: Ediciones Paidós.
  4. Leka, Stavroula (2004). La organización del trabajo y el estrés: estrategias sistemáticas de solución de problemas para empleadores, personal directivo y representantes sindicales. Francia: Organizaci.n Mundial de la Salud.
  5. Mayer, J. D. & SALOVEY, P. (1997). “What is emotional intelligence?” En P. Salovey y D. Sluyter (Eds). Emotional Development and Emotional Intelligence: Implications for Educators (pp. 3-31). New York: Basic Books.
  6. Schwanitz, Dietrich (2002). La cultura. Todo lo que hay que saber, Madrid: Taurus.