Educar con
mascarilla y contraseña

Lenguaje y Comunicación

Eleonora Salinas Lazcano

Doctora Interinstitucional en Educación por la Universidad Iberoamericana y es profesora del Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental (TLRIID) en el CCH Sur de la UNAM desde el 2007.

eleosal@gmail.com

¡Ah playas remotas, muelles vistos a lo lejos,
y luego playas cercanas, muelles vistos desde cerca!
¡El misterio de cada día y de cada llegada,
la dolorosa inestabilidad e incomprensibilidad
de este imposible universo
a cada hora marítima sentido más en la propia piel!
(Pessoa, 2015, p.135)

Algunos ensayos se advierten como un relámpago. Súbitamente desbordan la inquietud para decir las intenciones que alientan sus páginas: rememorar lo sentido y escribir es salvarse. Recuperar aquí los fragmentos emotivos de mi práctica educativa durante la pandemia de COVID-19 es reconocerme y construir un poco el sentir docente sobre lo inconveniente de la educación a distancia; o al menos salir a flote de mi misma. Es un ensayo como una “salvación”:

[…] dado un hecho –un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor–, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables reverberaciones (Ortega y Gasset, s. f., p. 4).

Habitaba una playa lejana. Necesitaba un respiro para realizar los últimos ajustes de mi tesis doctoral. Inesperadamente, cuando concluía la primera unidad del programa de Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental IV (TLRIID) con mis estudiantes, a inicios de febrero, la asamblea del CCH Sur decidió un paro indefinido de labores; imaginé que duraría sólo unos días. Sumida en mi propia corriente subterránea no pude ver la dimensión de la problemática que rodeaba el Colegio ni pensar en el COVID-19.

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Finalmente, estaba todo listo para mi examen de grado cuando suspendieron en marzo las actividades de la Universidad Iberoamericana debido a la pandemia. De pronto el COVID-19 era real. Lo sentía como un choque astral. El mundo y la pequeña fracción que me correspondía explotaba en partes que no podía unir: la titulación, reportar el grado en el Conacyt y seguir atendiendo a mis estudiantes con un plan de curso que habíamos iniciado con entusiasmo.

Debíamos quedarnos en casa, usar tapabocas y mascarilla protectora. Después de algunas semanas de encierro y desconexión con los estudiantes, las autoridades del Colegio informaron que podíamos contactar a nuestros alumnos a través del correo institucional y utilizar la plataforma Microsoft Teams para continuar las clases en línea. Activé mi correo institucional y pude volver a comunicarme con mis alumnos. Entraba a otro universo educativo con mascarilla y contraseña.

Empecé a recibir los correos de mis estudiantes mientras exploraba cómo usar Microsoft Teams. Me alegró su respuesta, al tiempo que sentía surgir un aturdimiento por el extenso número de mensajes: atendía 5 grupos y cada uno tenía alrededor de 50 alumnos. Vertiginosamente mis estudiantes se convirtieron en

cuentas de correo; claves de seres impersonales cuyo rostro se salvaba en mi memoria.

Por su parte, las autoridades del Colegio nos informaban la situación del paro, nos invitaban a usar Teams para continuar las clases en línea y buscaban la forma de orientarnos; incluso nos pidieron contestar un cuestionario en línea para monitorear cuantas horas y de qué forma lo usábamos a la semana. Por un lado percibía cierta conminación para utilizarla plataforma y, por otro lado, se había sugerido que podíamos encontrar formas distintas de trabajo con los alumnos a través de Facebook, blogs, etcétera; elegí seguir esta sugerencia y dejar de sentir la presión de dominar Teams.

Las instalaciones del CCH Sur seguían tomadas. Aunque el COVID-19 parecía quitarle peso a ese y a los demás asuntos de la vida, gradualmente brotaba la incertidumbre porque la situación no se resolvía; más bien empeoraba: enviaban noticias de saqueos, de que habían quemado alguna instalación del Colegio y fotos donde se veía una alarmante destrucción.

Sentía un desánimo influenciado por la cantidad de muertos que cada día daban a conocer los noticieros debido al COVID-19.

Estaba paralizada; en constante resistencia para alcanzar mi corazón y lograr las actividades que me había propuesto: hacer ejercicio en casa, leer, tocar la guitarra, entre otras que me han motivado siempre. En ocasiones lograba realizar lo previsto; en otras me rendía ante mi propia lucha: descansaba; en esa rendición advertía suavemente el guiño de la muerte a través del aislamiento y de los medios de comunicación.

En medio de esas sensaciones reconocí que no tenía experiencia para dar clase a distancia y que además tenía la creencia de que era menos valiosa. Recordé incluso en qué momento de mi vida supe que la convivencia presencial con los estudiantes era un elemento central, vital para el aprendizaje mutuo y para mi motivación; no me visualizaba en la docencia a distancia.

Me di a la tarea de indagar cómo podía propiciar el aprendizaje motivado de mis estudiantes en la modalidad de una enseñanza virtual. Como apuntan los suecos Ference Marton y Roger Säljö (1976b) de la escuela de Gotemburgo en su teoría sobre los enfoques de aprendizaje profundo y superficial, la motivación es un elemento central para que los estudiantes implementen un enfoque de aprendizaje profundo; en el ámbito académico el fragmento de participación entre el profesor y el estudiante no puede disociarse, pues una parte de los aspectos que atañen al alumno proviene de las decisiones que toma el profesor durante su práctica (Biggs, 2005).

Me di cuenta que podía elaborar una estrategia de aprendizaje que funcionara como una microcomunidad de lectores y escritores para mis estudiantes y para mí, similar a como lo hacía en las clases presenciales, pero con variantes virtuales. Así, empezó un “Sacudimiento extraño/ que agita las ideas,/ como el huracán empuja/ las olas en tropel” (Bécquer, 2005, párr. 1) y recordé los apuntes de Delia Lerner (2003) sobre el sentido de ‘lo real, lo necesario y lo posible’ en el ámbito educativo, que podía retomar en el ejercicio a distancia.

Tuve claro que mi camino era anclar el contenido del

curso de cuarto semestre sólo en dos de los propósitos centrales de aprendizaje del Programa de Estudios de TLRIID IV (CCH, 2016), correspondientes a las unidades I y IV:

[Unidad 1.] Al finalizar la unidad, el alumnado: Redactará un ensayo académico de un tema humano trascendente, mediante la lectura de obras de varios géneros textuales, para la expresión de un punto de vista sustentado en diferentes expresiones literarias (p. 72). [Unidad IV.] Al finalizar la unidad, el alumnado: Presentará los resultados de su investigación documental a través de […] un ensayo, para la socialización del conocimiento adquirido (p. 84).

Estos propósitos de aprendizaje fundamentaron la microcomunidad de lectores y escritores que realizaría a distancia, en torno a tres ejes: leer obras literarias completas, construir una opinión de lo leído y escribir un ensayo de una cuartilla que revelara un nuevo punto de vista de cada obra. Me animaba imaginar que podría dialogar con los estudiantes por el chat de Teams acerca de los textos, aclarar sus dudas y compartir la lectura de varios de sus ensayos a través de la función de reunión en video.

En el blog que solíamos utilizar durante las clases adjunté los textos de lectura, las instrucciones, la rúbrica de evaluación y los ejemplos para orientar el ensayo. Los estudiantes leyeron un cuento largo y dos novelas: “El último de los Valerio” de Henry James, La soledad del corredor de fondo de Alan Sillitoe y La insoportable levedad del ser de Milan Kundera. En la primera unidad, que se alcanzó a concluir en las clases presenciales, los estudiantes habían escrito un ensayo de una cuartilla acerca de uno de los seis cuentos leídos, así que tenían una experiencia previa de la actividad; tal vez eso aminoraría su nivel de ansiedad sobre el plan a seguir.

Dado que los estudiantes podían tener dificultades para acceder a computadoras o dispositivos con conexión a Internet, no era obligatorio comentar en el chat ni asistir a

reuniones en video. Acordamos las fechas de entrega de los ensayos, que se enviarían por el correo electrónico institucional, y los estudiantes conocían la rúbrica de evaluación del ensayo desde la primera unidad; lo que permitió operar con flexibilidad. Así, encontré una forma de trabajo con mis alumnos a través del blog, del correo electrónico institucional, del chat y de la reunión en video de Teams; sin embargo, la mayor parte del proceso de lectura y de construcción de los ensayos permaneció en las sombras.

Al final, varios estudiantes comentaron que habían disfrutado la lectura de los textos y la libertad de ensayar su interpretación en la escritura ensayística, pero que se habían sentido solos aún con la posibilidad de comentar en el chat y de las reuniones en video. Muchos de ellos, efectivamente, tenían una imposibilidad de conexión por diversas causas: falta de conectividad en la zona donde vivían, encontrar el café internet cerrado debido a la pandemia, carencia económica, entre otras. Sentí que la situación era injusta: no podía ni conversar con el que más lo necesitaba, mucho menos entender su problemática social y económica derivada de la pandemia. Había un abandono involuntario acentuado

Podía elaborar una estrategia de aprendizaje que funcionara como una microcomunidad de lectores y escritores para mis estudiantes y para mí, similar a como lo hacía en las clases presenciales...

hacia los alumnos de menos recursos.

Los estudiantes lograron un buen nivel de desempeño en sus ensayos, que reflejó su comprensión de las obras leídas y del ensayo; pero hubo escasa comunicación, desatención y probablemente injusticia. La lectura de los ensayos en las reuniones en video fue poco efectiva: leer y escuchar así era cansado y había poca asistencia de los alumnos. La cámara de los asistentes se apagaba para mejorar la conectividad y para evitar distraer la atención de quien estaba leyendo; el lector realmente le leía a la máquina e imaginaba que había alguien detrás, pero no podía saber si era escuchado. No se percibía la calidez y el reto que implica leer y mirar a los participantes de una clase, ni los comentarios y el reconocimiento por un ensayo inolvidable; aspectos que fortalecen el carácter para ir venciendo la timidez, para desarrollar las propiedades del discurso oral y para adquirir seguridad sobre lo valioso de compartir un texto que formula un punto de vista propio.

Lo que inicialmente pareció una buena estrategia de educación a distancia, en gran parte no lo fue. La mayoría de los alumnos y yo no pudimos conocer ni

DEYANIRA AGUILAR GÓMEZ

interactuar en torno a las experiencias de lectura y creación de los ensayos; lo que es ampliamente recomendado para aprender:

[…] el aprendizaje es una forma de interactuar con el mundo. A medida que aprendemos, cambian nuestras concepciones de los fenómenos y vemos en el mundo de forma diferente. La adquisición de información en sí no conlleva ese cambio, pero nuestra forma de estructurar esa información y de pensar con ella sí lo hace (Biggs, 2005, p. 31).

Finalmente, hubo un buen resultado en la aprobación de la mayoría de los estudiantes debido a su esfuerzo de cerrar el semestre lo mejor posible, a la calidad de las obras literarias leídas, a la riqueza que ofrece la escritura, a que tenían un conocimiento previo del proceso en torno a la tarea –construido de forma presencial durante la primera unidad–, a los ejemplos y la forma de evaluación claros, y a la flexibilidad para estar en contacto lo mínimamente necesario. Sin embargo, ni mis alumnos ni yo logramos sentirnos intrínsecamente motivados. Nuestro cuerpo estuvo paralizado en una silla frente a la pantalla con rostros invisibles para intentar comentar las actividades y después, en mi caso, para evaluar los ensayos aisladamente; a diferencia de las clases presenciales en las que estábamos en movimiento: compartíamos emociones y reflexiones que surgían de las lecturas, los logros en la escritura y la responsabilidad de la evaluación.

Entristece pensar que educar, en nuestra sociedad, sea conformarse con desarrollar las competencias elementales de leer y escribir, con nociones igualmente básicas en ciencias y cálculo, para obtener un diploma e introducir a una persona en el campo laboral; cuando “Nuestra evolución como especie nos ha especializado en ciertas formas características de conocer, pensar, sentir y percibir” (Bruner, 1997, p. 35).

Definitivamente no estoy de acuerdo con la modalidad de educación a distancia:

es inconveniente para integrar a todos los estudiantes de forma justa en el proceso educativo, para mantener el cuerpo con vitalidad, para la motivación hacia el aprendizaje y para interactuar de forma no virtual con el mundo. Rememorar y escribir esta vivencia docente me salva de la incomprensibilidad; comparto, por fin, la práctica docente más solitaria y dolorosa de mi vida.

 

 

 

Fuentes de consulta
  1. Bécquer, G. A. (2005). Rima III. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/rimas-y-leyendas–0/html/00053dfc-82b2-11df-acc7-002185ce6064_html#PV_4_
  2. Biggs, J. (2005). Calidad del aprendizaje universitario. Madrid: Narcea.
  3. Bruner, J. (1997). La Educación, puerta de la cultura. Madrid: Visor Dis, C. A.
  4. Colegio de Ciencias y Humanidades. (2016). Programas de Estudio Área de Talleres de lenguaje y Comunicación. Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental I a IV. México: UNAM.
  5. Lerner, D. (2003). Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario. México: Fondo de Cultura Económica.
  6. Marton, F., y Säljö, R. (1976b). On qualitative differences in learning: II-Outcome as a function of the learner ´s conception of the task. British Journal of Educational Psychology, 46, 115-127.
  7. Ortega y Gasset, J. (s. f.). Meditaciones del Quijote. Recuperado de https://mercaba.org/SANLUIS/Filosofia/autores/Contempor%c3%a1nea/Ortega%20y%20Gasset/Meditaciones%20del%20Quijote.pdf
  8. Pessoa, F. (2015). Oda marítima. Libro de versos de Álvaro de Campos (pp. 129-205). Madrid: Visor Libros.