La literatura como
formadora de la educación emocional

Lenguaje y Comunicación

Pedro
David
Ordaz

Maestro en Docencia para la Educación Media Superior en la especialidad en Español-UNAM, Licenciado en Comunicación por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM. Es periodista radiofónico y colabora en diversos medios electrónicos. En el Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Vallejo se desempeña como profesor de Asignatura “A” en el Taller de Lectura Redacción e Iniciación a la Investigación Documental I-IV.

pedrordaz@yahoo.com.mx

Introducción

Todos los seres humanos experimentamos emociones y sentimientos. En algún momento de nuestras vidas nos estremecemos, lloramos, reímos, sentimos que los vellos del cuerpo se erizan ante un gran temor, o sentimos las tan citadas mariposas en el estómago ante la persona que nos gusta o amamos. Sin embargo, no siempre sabemos expresar lo que sentimos, pues en algún tiempo, la sociedad impuso dejar en el ámbito de lo privado las emociones. El presente texto es una reflexión que explora si la literatura puede tener un papel didáctico en la formación de emociones.

Al experimentar cambios tecnológicos y comerciales, la sociedad cambió y hoy se percibe una tendencia desmesurada por expresar lo que se siente. Las emociones dejaron el ámbito de lo privado y con las redes sociales se hicieron públicas, pero ¿eso significa que estamos preparados para identificar nuestras emociones? ¿Significa que la sociedad en todos sus contextos nos ayuda y educa a enfrentar de la mejor manera lo que sentimos? ¿Tenemos una vida afectiva de mayor calidad? ¿Y estas emociones nos ayudan a ser mejor estudiantes?

Cuando somos pequeños, nuestros familiares más cercanos nos enseñan cómo debemos comportarnos o actuar ante los demás. Por ejemplo, en algunos casos nos enseñan el valor de ser compartidos, no mentir, ser respetuosos con los mayores y otras normas que debemos de seguir para ser parte de la sociedad.

Si un hijo es varón, desde pequeño se le impone reprimir sus emociones. Qué hombre no ha escuchado: ¡No llores, pareces vieja! ¡Sea hombre aguántese! Si es mujer se dice: ¡Las señoritas decentes no se sientan así! ¡Las señoritas decentes no se ríen a carcajadas! ¡Ese juego es de hombres, pareces marimacha! ¡Una dama no reclama ni pierde el estilo! ¡No juegues de esa manera! ¡Caliéntale de comer a tu hermano, que no ves que viene cansado! Y sin importar el género los niños tienen que aguantar frases como: ¡Préstale el juguete a tu hermano y no te enojes con él! ¡No te pongas triste no es para tanto! ¡No seas impertinente o te voy a voltear la cara de un cachetadón!

Por lo menos, eso es lo que ocurría, hasta la década de los setenta del siglo pasado. Las familias de clase media en México eran tradicionales, católicas y con doble moral. Las familias se constituían por papá, mamá, hijos.

VALERIE TITOVA

El rol que cada uno cumplía era claro. Papá, era quien salía a trabajar para proveer todo lo necesario. Mamá, era la encargada de limpiar la casa, cuidar a los hijos, cocinar, lavar, planchar y cuidar cada detalle doméstico. Papá, como todo buen macho que se precie de serlo, era parrandero, mujeriego y jugador. Las mujeres, cumplían su papel de sufridas y abnegadas. Hablar de divorcio imposible, “Dios lo prohíbe”. Sin embargo, en el México pobre, en el México de abajo, las condiciones eran muy similares a las que refleja Buñuel en la década de los cincuenta en Los olvidados. Los roles en la familia no eran claros, los padres siempre estaban ausentes o por borrachos o por que debía trabajar todo el día. Muchos hombres abandonaban a sus mujeres y por las mismas condiciones de pobreza y hacinamiento se producían incestos, violaciones que provocaban embarazos no deseados o hijos abandonados al nacer, o simplemente no les ponían la atención necesaria. Estos “chamacos”, al estar todo el día en la calle se dejaban llevar por sus emociones y el peligro constante los hacía ser bravos, peleoneros, en dos palabras emocionalmente duros.

La visión que Buñuel tuvo hace más de medio siglo se extendió. En la actualidad, vivimos en una sociedad post industrial o post moderna dónde ambos padres deben trabajar para poder cubrir las necesidades básicas de una familia. Esto provoca que los papás sientan culpa por abandonar a sus vástagos. Para cubrir o lavar dichas culpas, los padres compran el tiempo con regalos, teléfonos celulares o juegos electrónicos, permiten todo a sus hijos. Son incapaces de poner límites y emocionalmente siempre tienen carencias.

El resultado es que en redes sociales se puede leer y ver a personas que expresan su estado de ánimo a cada minuto. Se exhiben desnudos en fotos o vídeos y a veces uno se entera de cosas nada agradables.

Estos actos se traducen en premisas que rigen nuestra sociedad: “primero tú, luego tú, y después tú”, “agandalla, pa’ que no te agandallen”; “triunfa aunque pises al otro”;

“mejor narco, que desempleado”, “mejor narco rico, que pobre honesto”, “no estudies, al fin y al cabo ni chamba hay”; “pa’ que lo lees si al rato sale la película”; “si tiene más de dos años es viejo y hay que cambiarlo”.

Para derrotar estas premisas se debe dotar a los seres humanos de herramientas que son las ciencias, las técnicas, las artes, la educación y sobre todo la palabra.

El papel de la educación en la formación de valores

En toda la historia, los seres humanos hemos intentando dejar constancia de nuestro paso por la tierra o por la vida. Se tenía claro que la única certeza en la vida es la muerte, por ello, los seres humanos pretendían la trascendencia. Engels (1978) en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre señala que el ser humano al desarrollar el dedo pulgar para crear herramientas, también puso de manifiesto la necesidad de transmitir el conocimiento adquirido, para evitar que se perdiera un saber y con ello lograr la trascendencia.

Por naturaleza los seres humanos somos curiosos. Desde el momento que nacemos buscamos conocer. Desarrollamos nuestros sentidos, observamos, probamos, sentimos, escuchamos, olemos, con el fin de conocernos y re-conocernos.

Los primeros años de vida de los seres humanos, aprendemos por imitación. Imitamos gestos, sonidos y actitudes. Después aprendemos con base en juegos, narraciones y regaños. Todo este bagaje lo vamos incorporando, interiorizando hasta lograr un cúmulo de experiencias que son significativas. La sociedad aprovecha estos elementos para que a través de la educación se modifique y controle la conducta de sus integrantes o bien con el fin de transmitir de manera inconsciente valores o patrones culturales.

De manera tradicional, el modo de trasmitir el conocimiento suele ser la coerción, el miedo, el castigo y en no pocas ocasiones, las humillaciones y las exageraciones en la tutela de los padres a los hijos y de maestros a alumnos.

En la tesis de licenciatura, Filosofía y educación, prácticas discursivas y prácticas ideológicas. Sujeto y cambio Históricos en libros de texto oficiales para la educación primaria en México, el sub Marcos, en su ego de Rafael Sebastian Guillen Vicente (1980) señala que las instituciones de educación producen y re- producen las formas de poder y de mando a través de discursos y ritos culturales.

TAMMY GANN

En la tesis de licenciatura, Filosofía y educación, prácticas discursivas y prácticas ideológicas. Sujeto y cambio Históricos en libros de texto oficiales para la educación primaria en México, el sub Marcos, en su ego de Rafael Sebastian Guillen Vicente (1980) señala que las instituciones de educación producen y re- producen las formas de poder y de mando a través de discursos y ritos culturales.

Desde pequeño, el niño aprende que el padre es quien tiene el poder y mando porque lleva el dinero a casa, ordena disciplina o premia a los demás miembros de la familia. En la escuela, el profesor asume ese poder y reproduce normas y valores a través de discursos. A través de estos discursos y ritos, el niño asume su papel como sujeto que asimila y que en un futuro reproducirá lo aprendido.

Bajo esta perspectiva, como ya se mencionó líneas arriba, en la actualidad estamos frente a dos posturas: una que busca restringir las

emociones al ámbito privado y la otra que busca exponerlas a plenitud, pero sin comprenderlas, lo cual hace que se caiga en un sentimentalismo ramplón y hueco. Por ello, la propuesta sería buscar el justo medio. O específicamente, como lo propone Victoria Camps (2011), Gobernar las emociones para poder ser seres humanos en plenitud que asumen sus actos y razonamientos. Gobernar las emociones para crecer como sociedad y como individuos. Gobernar las emociones para entender al otro y en ese entendimiento comprenderse a uno mismo.

La escuela y la literatura como ejemplo de emociones

La construcción social del individuo se logra con diálogo, enseñanzas y sobre todo con la palabra entendida esta como literatura. Sin embargo, el sistema educativo de nuestro país, ha quitado a la literatura su papel como formador de cultura, de conciencia y de individuos incrustados en su tiempo, tal vez, porque leer es peligroso e implica una acción consciente por transformar, sin perder las raíces o echando otras.

Para comprender lo anterior se plantearán las siguientes preguntas: ¿Alguien podría afirmar que una lectura no causa una emoción a quién lee? ¿Un texto literario, puede cambiar la visión del mundo, nos puede deprimir o a provocar aspiraciones? En principio, podríamos señalar que los textos literarios no forman. Que la intención de la literatura es embellecer el lenguaje para crear un producto artístico y por ello, su función no persigue la formación, obviamente algunos estarán en desacuerdo con esta definición y dirán que no, que el texto literario tiene un papel social relevante. Sin embargo, el artista literario, se quiera o no, trabaja con las palabras y sí lo hace con el fin de tener un texto bello y armónico, pero lleno de significados que pueden ser interpretados en múltiples contextos.

Cuando un artista expone su obra, deja de pertenecerle y quien lee la hace suya y la re-interpreta de acuerdo a sus experiencias de vida. Al sostener lo anterior, tácitamente aceptamos a la literatura como ficción, sí, pero ficción asida a la realidad, porque el enunciador presenta los valores o anti-valores de una sociedad a través de un mundo imaginario.

Sin embargo, los acontecimientos históricos, políticos, económicos y científicos influyen en toda la humanidad, en todos sus ámbitos, incluyendo el artístico. La literatura expresa estos rasgos de manera indirecta. El objetivo es producir un efecto de identificación para que el lector acoja el texto, lo haga suyo, pero también se busca un distanciamiento para que el enunciatario reflexione sobre distintos significados y valores o anti-valores morales, que podrían ser universales.

Por tanto, el escritor no da cuenta de la realidad, sólo la recrea a través de la ficción, así mismo, propicia la reflexión sobre el mundo, la sociedad y el propio individuo al ampliar experiencias y horizontes y enriquecer perspectivas. Por ejemplo, imaginemos que a un niño algún familiar le leyó una fábula o un relato más o menos así:

Una vez un joven cuervo robó queso de una granja y lo llevó con su familia. Su madre en lugar de regañarlo por hacer algo indebido, lo halagó diciendo:

– Gracias, hijo por compartir este buen queso con tu pobre madre que tanto trabaja. Estoy orgullosa de ti, ojalá y la próxima vez trajeras algo de carne.

El pequeño cuervo, divertido, comenzó a robar y robar más cosas, de tal manera que se hizo experto en el hurto a los humanos. Pero el tiempo pasó y robar a los humanos se le hacía fácil, pensó que el siguiente reto era robar a los demás pájaros, así que puso manos a la obra y descubrió lo fácil que era.

Un día el cuervo fue descubierto por una gran águila real. El joven ladrón fue llevado ante las autoridades y aunque alegó y alegó, fue sentenciado a muerte por sus actos. Al verse perdido, el joven solicitó la presencia de su madre para despedirse, pero al tenerla enfrente, la comenzó a picotear y picotear, de

tal manera que las demás aves intervinieron para separarlos.

Cuando lo llevaban a la horca, el joven cuervo, gritó:

– Piensan que soy un desalmado y probablemente los soy, pero si mi madre no me hubiera impulsado a robar, tal vez yo no estaría aquí. Mátenla también, pues es tan responsable como yo.

– Todos aceptaron tal razonamiento, pero todos estuvieron de acuerdo que el joven cuervo fue el único en elegir su destino y por ello lo colgaron de un gran árbol, como escarmiento para otras aves. (fábula anónima)

Ahora supongamos que ese niño tiene un nombre y se llama Juan. Juan escuchó la historia y sintió miedo de robar para su mamá o para él. Sintió miedo de morir y lo interiorizó en su ser. Ahora imaginemos, que Juan creció y se hizo contador y que en la oficina dónde trabaja se produce el siguiente diálogo:

– Juan, acabo de revisar las cuentas de la empresa y descubrí que reportaron dos millones de pesos de más, si tú no dices nada al jefe nos podríamos repartir un millón y un millón. ¿Cómo ves, le entras?

-No, yo no quiero meterme en problemas.

Juan interiorizó la norma de no robar, se apropió de ella y su decisión surgió como resultado de su propia reflexión y experiencia. Ahora, supongamos que acepta. Probablemente disfrutaría del dinero, pero todo el tiempo estaría pensando en lo que pasaría si se descubriera el desvío de recursos. Seguramente el miedo y la incertidumbre lo atormentarían, sí estas dos emociones permanecieran, entonces Juan tendría un sentimiento. Pero, podría haber una tercera opción, que Juan no le importará un comino haber robado y que no sienta emociones negativas al respecto.

Y se podrá argumentar que el ejemplo anterior no tiene validez, que la literatura no tiene como objetivo enseñar nada, que la lectura no inspiran a la acción, entonces las preguntas serían:

¿Cómo explicarnos que dos libros El Capital de Carlos Marx y La Biblia hayan provocado conflictos, guerras, persecuciones, por causa de la interpretación que se les da en momentos determinados? ¿Cómo explicar que un día un argentino, inspirado en las hazañas de un caballero andante y de Marx, luchó en la sierra maestra de Cuba para intentar transformar la realidad, para buscar un mundo más justo? ¿Cómo explicarse que una novela que habló de viajes a Luna, inspiraría los viajes al espacio? ¿O que unos rayos, descritos por H. G Wells en la guerra de los mundos, serían la base para inventar el láser?

Si la literatura inspira o mueve, entonces es acción y si hay acción implícitamente se encuentra una emoción. Porque las emociones son un factor importante para explicar o interpretar el comportamiento humano. Por experiencia, puedo señalar que algunos jóvenes que les gusta leer, lo hacen porque les gusta pensar su propia vida a través de las vidas de otros, en la vida de los personajes que sufren, gozan, lloran o ríen en la ficción literaria.

Pero no se puede enseñar algo que no se tiene. Para que el docente sea capaz de propiciar la reflexión de las emociones, primero debe reflexionar él sobre su propio sentir. En el contexto de interacción el aula y lo que ocurre en ese espacio constituye la parte más importante para la formación de los estudiantes. La percepción éstos tienen de sus profesores será lo que recuerden de por vida, pues probablemente olvidaran los contenidos.

De lo anterior, entonces se puede afirmar que el aprendizaje depende de la emoción. Y si es así, el docente debe entender e investigar cómo funcionan las emociones en términos generales, para luego particularizar en cómo

funcionan en cada alumno, -pues las emociones cambian- y la suma de emociones de cada alumno dará como resultado un ambiente dentro del aula. Ambiente que puede ser propicio para aprender, para enseñar, o para no hacer nada. Para generar lo anterior, se requiere permitir y activar la participación de los alumnos, buscar mecanismos de negociación y disciplina para determinar lo que vale la pena aprender.

Si se forma emocionalmente a los alumnos a partir de la literatura se puede establecer como hipótesis que los alumnos aprenderán a relacionarse con respeto y sin violencia, porque se estaría generando el concepto de pedagogía-emocional en la cual aprendices y profesores puedan expresar libremente sus motivaciones sobre lo que sienten y quieren aprender individual y colectivamente. De lo cual, también se desprendería que al formarse emocionalmente, se tendría por vicisitud la capacidad de ampliar las estructuras cognitivas de las personas que los llevarían a resolver problemas teóricos y concretos, por tanto el desempeño académico se elevaría.  

Fuentes de consulta

 

1. Buñuel, L. (1950). Los Olvidados. México: Ultramar Films: 2. Camps, V. (2011). El gobierno de las emociones. México:

Herder.
3. Engels, F. (1978). El Papel del Trabajo en la Transformación

del Mono en Hombre. Moscú: Progreso.
4. Guillen Vicente, R.S. (1980). Filosofía y educación, prácticas

discursivas y prácticas ideológicas. Sujeto y cambio Históricos en libros de texto oficiales para la educación primaria en México. Tesis de licenciatura. FFyL-UNAM.