El papel del docente
como transformador de la sociedad

Lenguaje y Comunicación

Rocío
Valdés
Quintero

Profesora adscrita al Plantel Sur del Colegio de Ciencias y Humanidades, Maestra en Docencia para la Educación Media Superior y licenciada en Sociología, ambos grados por la FCPYS de la UNAM, ha participado en diversos foros y congresos internacionales sobre educación, con el tema formación de ciudadanía en adolescentes y didáctica humanista, además es coautora del libro “La urdimbre escolar: palabras y miradas. Caminos de la investigación” y del libro “Interpretaciones imaginadas de la historia universal moderna y contemporánea”.

rocio.valdes.quintero@gmail.com

Cinthia
Reyes
Jiménez

Profesora del Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Sur. Licenciada en Psicología Educativa y Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana; Maestra en Educación Media Superior. Área Ciencia Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México; imparte la asignatura de Taller de Comunicación I y II; coautora del libro “Ciencias de la Comunicación II” publicado en la editorial Santillana (2014); coautora del libro “La urdimbre escolar: palabras y miradas. Alumnos” publicado por la UNAM (2017); coautora del libro “La urdimbre escolar: palabras y miradas. Maestros Fundadores” publicado por la UNAM (2018).

emicam2002@gmail.com

1. El docente de hoy

Para hablar del docente tendríamos que situarlo en un espacio y tiempo, ubicar las transformaciones que se han dado en el sistema educativo, cambios

influidos por los sistemas políticos, económicos y culturales de la sociedad. Tiempos en donde la educación ya no es el fin último, ni la base para la verdadera transformación del hombre. Entender al docente precisa mostrar la compleja realidad que rodea su práctica, desde el ámbito global, local e individual, para vislumbrar el papel que juega en la transformación de la sociedad. Sólo así podremos resignificar la

figura docente. Situarnos como observadores de nuestra propia práctica para reflexionar no sólo sobre la disciplina o la enseñanza de la misma, preguntarnos para qué enseñar y asumir el rol protagónico del profesor en la actualidad.

El presente texto pretende volver la mirada al docente desde su contexto, sus dificultades y los retos que enfrenta; ir más allá de la aplicación mecánica de las estrategias, convertir los contenidos disciplinares en el inicio de una nueva relación con el entorno, tanto de los alumnos como de los profesores. No basta con enseñar contenidos, se necesita algo más, enseñar a afrontar las situaciones complejas de la vida de los ciudadanos, “incorporar la vida real dentro del currículum escolar” (Biddle, Good y Goodson, 2011: 50), valorar las distintas formas de aprendizaje que proporcionan los lugares de trabajo y la comunidad que rodea los espacios educativos, en este sentido, el papel que desempeña el profesor es protagónico para la transformación de la sociedad.

Un actor más en el proceso de enseñanza

Son muchos los factores que intervienen en el desempeño docente, planear clases, buscar materiales, revisar trabajos, participar en actividades colegiadas, actualizarse y, al final, son pocas las recompensas. En muchos espacios educativos, después de varios años, la acumulación de experiencias aumenta y la posibilidad de acceder a una mejor situación laboral disminuye, hay competencia entre pares que cuestionan si se es un buen o mal docente, como si el estar en las aulas día con día planeando, enseñando, aprendiendo y creando no fuera suficiente. Esto se traduce en escasas oportunidades para crecer y desarrollarse; además de cumplir con las innecesarias tareas burocráticas, demasiados deberes ajenos a la enseñanza y un gran volumen de trabajo, existe una omisión a las consideraciones de los maestros, “las condiciones laborales poco estimulantes, tanto en el medio rural como en el urbano marginado: instalaciones y muebles deteriorados, carencia de apoyos didácticos, presión de muchas obligaciones burocráticas y, a veces, una gran soledad” (Latapí, 2003: 1). Todo esto acompañado de la realidad en el aula, las carencias de los alumnos que dificultan su aprendizaje y, con frecuencia, su falta de interés y el desánimo.

Por otro lado se encuentran los estudiantes, inmersos en un mundo de pantallas, donde están y no están, se resisten a involucrarse en el aula, necesitan encontrar sentido en los contenidos y hacer de ello un aprendizaje. Existe un divorcio entre las temáticas y su realidad conectada a la red. “Los adolescentes actuales crecen con la pantalla de televisión,…con tres o cuatro pantallas más, la de los ordenadores de casa y la escuela, la del teléfono móvil o celular, la que dedican a los videojuegos” (Callejo y Gutiérrez, 2012: 10). El docente lo sabe, el mundo que viven los alumnos a través de internet es distante al mundo del aula en donde se tiene menos información, menos interactividad y en el salón no son los alumnos quienes deciden cuando darle clic a otra página.

Lo anterior desalienta la práctica docente, pero el mundo del aula cuenta con un elemento que no tiene internet y que brinca la burocracia escolar, es el profesor impartiendo clases, un profesor que se enorgullece de serlo y lo complacen las mirada de sorpresa y gratitud de los estudiante cuando les comparte su conocimiento, la gratificación de encontrar las manos levantadas para preguntar, demostrando que lo explicado los cautivó, la satisfacción de poder decir frente al grupo, esta clase fue emocionante. El aula ante todo es un espacio de relaciones humanas.

El aula es el espacio en el que el profesor desarrolla su práctica docente, lugar donde se refleja la condición de los alumnos, sus motivaciones, hábitos y actitudes que manifiestan su realidad. Es desde estos espacios donde se debe repensar su labor. El salón de clases se vuelve el reflejo del exterior, de la sociedad con todas sus variables.

La sociedad como un todo está presente en el interior de cada individuo, en su lenguaje, su saber, sus obligaciones, sus normas. Así mismo, como cada punto singular de un holograma contiene la totalidad de la información de lo que representa, cada célula singular, cada individuo singular contiene de manera holográmica el todo del cual hace parte y que al mismo tiempo hace parte de él (Morín, 1999: 16).

Una forma de transformar la sociedad desde la docencia es empezar por modificar los espacios en el aula. Observar lo que ocurre en su interior, proponer ideas para su cambio e inventar nuevos lenguajes.

En la actualidad los lenguajes, saberes y normas se han modificado radicalmente, la lógica de los contenidos en las aulas se mueve en tiempos distintos, nuestro contexto se ha transformado: “las generaciones oscilan entre el optimismo ingenuo y la desesperación. Incapaces de crear proyectos autónomos de vida, buscando en trasplantes inadecuados la solución para los problemas de su contexto” (Freire, 1973: 44). Los contenidos en las aulas deben actualizarse constantemente, no desde la institución, la cual vuelve los procesos lentos, cuando se publican las últimas actualizaciones, ha pasado tanto tiempo que éstas ya son obsoletas. Actualizar los contenidos desde las necesidades de los estudiantes, por lo tanto, si cada generación es distinta, los recursos para lograr el aprendizaje tienen que serlo también. La lucha del profesor es para transformar la realidad interna y esforzarse en proponer nuevos espacios.

Convertirse en profesor es más que el simple acto de transmitir conocimientos, de replicar lo ya establecido, va más allá, se trata de un proceso que implica las complejas interacciones entre los profesores y los alumnos junto con sus situaciones sociales para tratar de caminar hacia las mismas metas. El camino es largo y se unen a él muchos otros caminos, el docente como transformador de la realidad y al mismo tiempo transformador de sí mismo, reinventarse, para ser un actor digno en una sociedad que los necesita.

2. Aprender a educar

En la actualidad, el docente se enfrenta a una escolaridad que no fomenta ni el deber ni la justicia porque los profesores son obligados a pensar sólo en la instrucción y en la certificación. Cumplir con el programa que será evaluado a través de instrumentos ajenos a la dinámica interna del aula, sin una verdadera retroalimentación, son pocos los momentos que el docente tiene para hablar de la justicia, del deber, de la sociedad, sin que esto afecte el cumplimiento del programa, hablar de justicia en ambientes injustos. La certificación atraviesa por la competencia entre compañeros, convirtiendo la academia en un ring de lucha, en donde se valora la cantidad, no la calidad, en estas competencias no hay vencedores sólo indignación. Competencias que alejan al docente del placer de dar clases para llevarlo a la preocupación por acumular puntos para su próxima contienda. El aprendizaje y la asignación de funciones sociales del docente se conjugan en la escolarización, pero no refuerzan el aprendizaje como forma de adquirir nuevas habilidades o entendimiento de la realidad y que es certificada por miradas ajenas a los espacios educativos.

El docente vive entre la instrucción y la certificación, se olvida de ser alumno, de aprender, de ser sujeto de aprendizaje, “… nadie ignora todo. La absolutización de la ignorancia, además de ser manifestación de una conciencia ingenua de la ignorancia y del saber, es instrumento del que se sirve de la conciencia dominadora para arrastrar a los llamados incultos” (Freire, 1973: 101). La satisfacción de quien enseña es aprender de los alumnos, crecer con los alumnos, aprender de otro ser humano para vivir mejor “Ver aprender es ver crecer y madurar a los niños y jóvenes, comprobar que adquieren capacidades que no tenían, que hablan mejor, que juzgan por sí mismos y que van saliendo adelante” (Latapí 2003: 3). Las experiencias que ofrece el aula es lo que forma como docente, los maestros aprenden a ser maestros en la acción, frente a los alumnos, frente al pizarrón, dentro de las cuatro paredes de su salón de clases.

El valor del profesor no sólo radica en la disciplina, en el manejo de los contenidos de su programa, en él está la posibilidad de una transformación desde el contacto con el otro, desde lo humano. Sentarse en las sillas de los alumnos y contemplar lo que ellos observan en 120 minutos, cómo enseñar si no sabes qué es lo que los demás quieren saber. Aprender supone incrementar y repensar los saberes que surgen de la experiencia vivida y pensada de cada sujeto para ampliar el horizonte de nuevas experiencias y nuevos saberes, no basta con enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, se requiere enseñar desde el alumno, observar las situaciones por las que atraviesa, construir desde su experiencia.

Enseñar que desde los contenidos disciplinarios se pueden contestar las preguntas que los alumnos se hacen en el transporte público, en los conflictos familiares, en los contenidos de la televisión, en la violencia en las calles, aprender a traducir las teorías que les permitan elaborar las respuestas a sus preguntas, aplicar la teoría a la realidad. Entonces la tarea del docente consistirá en promover que los aprendices vivan por sí mismos la relación entre experiencia y saber. “El contenido disciplinar no es un fin en sí mismo, es un medio, el mejor, para ayudar a afrontar las situaciones problemáticas que rodean la vida de los ciudadanos” (Pérez, 2010: 44). Comprender sus entornos complejos requiere determinadas competencias o cualidades, mismas que se ponen en práctica desde el salón de clases. La labor de educar supone, por lo tanto, provocar, facilitar y orientar el proceso por el cual los alumnos reconstruyen sus sistemas de interpretación y de acción que les permite incluir de forma interactiva tanto conocimientos, habilidades, emociones, actitudes y valores.

La construcción del conocimiento es en realidad un proceso de elaboración personal y en compañía del otro, en donde el alumno selecciona, organiza y transforma la información que recoge de diversas fuentes, estableciendo relaciones entre dicha información y sus ideas previas, lo cual supone la necesidad de que el profesor se prepare teórica, metodológica y técnicamente para estudiar, ejercer y transformar la tarea docente. Espacios atravesados por factores e interacciones que tanto el profesor como el alumno aprenden para construir el conocimiento, la docencia es un proceso creativo a través del cual los sujetos que enseñan y los que aprenden interactúan con un objeto de conocimiento, generando así su propia lógica de construcción y provocando así su transformación.

Pensarse como un ser creativo capaz de desencadenar otros actos de creación, y ver al alumno no como objeto, sino como sujeto también creador, el profesor como “sujeto

creativo y por definición activo dentro del aula, en pos de la protección del destino de los otros y de él mismo” (Durán, 2013: 14). El maestro se convierte en la ventana al mundo del alumno, enseña a tocar la realidad, entender desde el aula la lógica del exterior.

La función del docente es engarzar o conectar los procesos de construcción del alumno con el saber colectivo culturalmente organizado. Esto implica que la función del profesor no sólo se limitará a crear condiciones óptimas para que el alumno despliegue una actividad mental constructiva, sino que debe orientar y guiar explícitamente dicha actividad (Coll citado por Morán, 2014).

Es evidente que enseñar no sólo implica proporcionar información, sino también ayudar a aprender y a desarrollarse como persona, y para ello el maestro debe conocer bien a sus alumnos, observarlos, hacerse preguntas ¿qué hace un alumno en mi clase con la libreta abierta de otra materia? ¿cuáles son sus historias? ¿qué son capaces de aprender? ¿cuál es su estilo de aprendizaje, sus hábitos de trabajo, las actitudes y valores que los conforman?

3. La formación docente: motor de transformación

Los cambiantes contextos de la enseñanza sugieren que los profesores necesitan aprender nuevas formas de razonamiento, comunicación y pensamiento a través de un constante proceso interno de reorientación y transformación personal, “el docente se educa al implicarse y reflexionar decididamente en el proceso educativo de los demás, no de forma abstracta y en teoría, sino en los contextos complejos, conflictivos e imprevisibles de las aulas” (Pérez, 2010: 48). El docente es el aprendiz dentro y fuera del aula, la docencia requiere movimiento; cuando generación tras generación cuenta el mismo chiste, con el tiempo conseguirá algunas risas, pero es un chiste que ya no le hace gracia; se requiere actualizar e innovar la práctica docente para seguir sorprendiendo.

El compromiso y la implicación activa del docente serán elementos claves para el desarrollo profesional, así como la estrecha interacción entre la práctica y la teoría. Aprender a educar supone aprender a educarse de forma continua a lo largo de la vida profesional docente.

Se necesitan maestros expertos en sus respectivos ámbitos del conocimiento y al mismo tiempo comprometidos para provocar el aprendizaje en sus estudiantes, pues el docente que no provoca aprendizajes pierde su legitimidad. Se requiere de una verdadera transformación de la práctica, en donde se privilegie la acción centrada en situaciones auténticas sobre escenarios y contextos reales.

En conclusión, son varios los motivos para indagar más de la figura del docente, cuáles son las condiciones en las que ejerce su práctica, la actualización, las principales actividades que le dan identidad a su labor, la perspectiva que tienen de la educación, lo anterior, permitirá entender el panorama al que se enfrenta el docente en las aulas de CCH. Es necesario conocer la figura del profesor a través del Modelo Educativo, cuáles son los retos a los que se enfrenta, cómo transforma y se transforma inmerso en una realidad que cuestiona sus actos y que poco reconoce sus esfuerzos.

Existe una deuda pendiente con los profesores que han sido relegados, su voz se perdió en la burocracia, su experiencia se guardó entre cientos de informes, necesitamos recuperar la figura del docente como transformador de la sociedad.

La preocupación metodológica, didáctica nos hace prever que los maestros tendrán que cambiar de actitud que se convertirán más bien en guías y en compañeros de los alumnos. No en conferencistas, estamos preocupados porque verdaderamente se enseñe a aprender y que los maestros se preocupen por el aprendizaje más que por la enseñanza (Bernal Sahagún, 1971:40).

Pensar en el papel que tiene el docente en la transformación de la sociedad es detenerse a pensar en la misma complejidad de la sociedad y mirar los espacio y el tiempo en el que se desenvuelve, traer a debate los objetivos de la educación, la necesidad de replantearla como el inicio de los cambios y concebir al profesor en los proyectos educativos como un agente de cambio.

Se requiere como sociedad regresar la mirada a lo interior, volver a la naturaleza que no se queda quieta, “se realiza en movimiento, y también nosotros, sus hijos, que somos lo que somos y a la vez somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” (Galeano, 2003: 335). Los docentes tendrían que enseñar a preguntar, más que a dar respuestas, ser los sujetos móviles, sensibles a los cambiantes contextos contemporáneos. La escuela tiene que responder a las nuevas y complejas exigencias, el docente tiene que afrontar los retos, responder a los novedosos desafíos, “toda comprensión corresponde entonces tarde o temprano a una acción. Luego de captado un desafío, comprendido, admitidas las respuestas hipotética, el hombre actúa” (Freire, 1973: 102). La transformación debe ser creación, en la que el hombre y el docente pueda inventarse una y otra vez.

1. Biddle, B., Good, T. y Goodson, I. (2011). La enseñanza y los profesores I. La profesión de enseñar. España: Paidós.

2. Bernal, A. (1971). Aprender a enseñar y enseñar a aprender, en Documenta, Colegio de Ciencias y Humanidades, Número 1, 38-40.

3. Callejo. J y Gutiérrez J. (2012). Adolescencia entre pantallas. Identidades juveniles en el sistema de consumo. Barcelona: Gedisa.

  1. Durán, N. (2012). La didáctica es humanista. México: ISSUE-UNAM.
  2. Díaz, F. y Hernández, G. (2010). Estrategias docentes para un aprendizaje significativo. México: McGraw-Hill.
  3. Freire, P. (1978). La educación como práctica de la libertad.México: Siglo XXI editores.
  4. Galeano, E. (2003). Patas arriba. La escuela del mundo alrevés. México: Siglo XXI editores.
  5. Giroux, H. (1990). Los profesores como intelectuales: Hacíauna pedagogía crítica del aprendizaje. España: Ediciones

    Paidós Ibérica.

  6. Illich, I. (1985). La sociedad desescolarizada. México: JuanMortiz/Planeta.
  7. Kant, Immanuel (2013). Pedagogía. España: Akal.
  8. Latapí, P. (2003). Conferencia magistral en el XXXVaniversario de la Escuela Normal Superior del Estado de

    México, Toluca.

  9. McLaren, P. (1990). Pedagogía crítica, resistencia cultural

13. Morán, P. (2012). La evaluación cualitativa en los procesos y prácticas del trabajo en el aula. México: UNAM, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación.

14. Morin, E. (2013). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. México: UNESCO.

15. Pérez, Á. (2010). Aprender a educar. Nuevos desafíos para la formación de docentes. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, vol. 24, núm. 2.

16. Rousseau, J. (2012). Emilio o de la educación. México: Porrúa.